El sueño americano
En la segunda mitad de la década del ’70 del siglo pasado comenzaron a vislumbrarse los primeros atisbos de un sistema capitalista que iba a ir creciendo y haciendo mucho daño a las prácticas laborales tradicionales: el liberalismo neo conservador o neoliberalismo. Un rumbo político ultra capitalista que a medida que iba creciendo iba dejando a su paso desocupación, pobreza y hacía más profundo el abismo ya existente entre ricos y pobres. Proliferaron no solo el desempleo, sino cierre de fábricas y empresas desapareciendo las oportunidades laborales y obligando a los cuadros trabajadores a aceptar las condiciones precarias que los empresarios le proponían a cambio de su fuerza de trabajo.
![Auto explotación](https://www.argiropolis.ar/wp-content/uploads/2023/01/auto-explotacion_0.png)
Ante este panorama comienzan a proliferar ofertas provenientes de empresas que proponían al individuo necesitado de empleo, ser completamente libre convirtiéndose en “empresario”, trabajando duro para grandes empresas multinacionales que solo le exigían una pequeña inversión para ingresar al sistema: (la excusa era que eran necesarias las mínimas herramientas para comenzar una empresa y que esa inversión volvería en muy poco tiempo), prometiendo además una asistencia y apoyo continuo por parte de la gran empresa madre.
Es así como surge la llamada “venta directa”, el nombre se atribuía a que de la fábrica llevaba sus productos en forma directa a las manos de los compradores, evitando de este modo la intermediación que era lo que elevaba los precios.
Las empresas eran, en su gran mayoría, norteamericanas, reales y también eran grandes, con un tiempo importante en el mercado, lo que las hacía más confiables. Los productos eran de buena calidad, aunque su costo al consumidor no reflejaba la ausencia de intermediarios, eran muy caros e iban desde jabones y productos de limpieza a suplementos vitamínicos y filtros purificadores de agua.
La inversión era una primera compra mínima de productos que daría el primer margen de ganancia cuando se reclutara a algún amigo, familiar o conocido que debía hacer lo mismo e ingresar a la red. El Network Marketing no era otra cosa que una red piramidal donde el trabajo más que la venta de productos era el reclutamiento, que a medida que iba creciendo la cantidad de asociados hacía que el empresario comenzara a subir una escalera de triunfos que lo ubicarían en algún momento en la cima, donde ya no necesitaría trabajar porque el sistema lo haría por él.
Estas empresas eran las que ofrecían a los latinoamericanos “el sueño americano”, es por eso que siempre proliferan en los países subdesarrollados y en un 90% los “empresarios” son latinos: cubanos, boricuas, colombianos, venezolanos y también argentinos entre otros.
El régimen neoliberal en su forma más tardía y moderna propone este tipo de actividad lejos de la mera explotación del trabajador por cuenta ajena y la transforma en auto explotación. El neoliberalismo, como una forma de mutación del capitalismo, convierte al trabajador en empresario. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa.
De esta manera se anula la resistencia colectiva y organizada de las clases sociales y las estructuras sindicales.
El fin de los neoliberales es promover la eficiencia como una forma de promover la auto-exigencia, lo que desemboca en la llamada meritocracia, un sistema en el cual las personas son seleccionadas y promovidas basadas en su habilidad y mérito.
El neoliberalismo promueve que aquellos que son más activos y trabajadores se aseguren el crecimiento dentro de los estratos propuestos por la empresa. Se trata de un régimen que nos impele a vivir y trabajar en un estado anímico de permanente positividad, sustentando a su vez una agitación nerviosa siempre creciente.
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Estos espacios laborales ya no son lugares de conflictividad antagónica de lucha de clases o reclamo de derechos laborales, porque desaparece la relación de explotación externa y el sistema de auto explotación es un lugar que lejos de permitir rebeldías anti jerárquicas, se convierten en recintos colaborativos donde el “empresario” debe aprender a gestionar sus emociones, generando una buena comunicación son colegas y superiores.
Ese trabajador, que ya vive y actúa como un empresario de sí mismo, asiste voluntariamente a cursos de coaching, a talleres de management personal y a seminarios de inteligencia emocional, en todos los cuales aprende a mejorar sus habilidades profesionales a través de una motivación creciente; es también el mundo de los manuales de autoayuda que le enseñan a fortalecer su liderazgo.
Obviamente que el costo de todo su aprendizaje corre por su cuenta, después de todo, son inversiones que hace para su “propia empresa.”
El capitalismo tardío habría generado toda una “cultura de la afectividad”, obteniendo dos notables efectos: la desactivación de la conflictividad laboral y, al mismo tiempo, la apropiación de los afectos como recurso explotable. Pero semejante evidencia no parece dar cuenta de realidades sociales que todavía siguen siendo habituales e incluso mayoritarias: ¿Qué decir de las empleadas domésticas que trabajan por muy poco dinero y no gozan de ningún beneficio social, son “empresarias de sí mismas”? O los jardineros que se pasean por los barrios buscando una changa para poder comer, también podemos considerar los limpiavidrios que se agolpan frente a los semáforos esperando una propina, ¿se les podría llamar “venta directa de servicios?”
El capitalismo que tenemos frente a nosotros hoy, es destructivo, de demolición, la meritocracia que pregonan dice que el pobre es pobre porque quiere, y el que fracasa en la gran empresa de la venta directa es porque no se ha esforzado lo suficiente, porque las garantías están dadas para ser un triunfador. Lo que no ofrecen son oportunidades, porque saben que no existen debido a la destrucción que dejan sus políticas económicas a su paso.
Es evidente que la subjetividad neoliberal va cobrando vigor, y paulatinamente se extiende a los sectores medios de los países centrales. Incluso los sectores populares adquieren componentes de tal subjetividad, hasta el punto de compartir las aspiraciones de las élites o auto concebirse no como “pobres”, sino como “perdedores”, “inadaptados” y “fracasados”.
Debemos reaccionar ante los avances de este sistema y reconocer que no somos perdedores o fracasados, sino que carecemos de las oportunidades que tienen los países desarrollados a causa de que el capitalismo salvaje nos viene a colonizar y despojar de nuestros propios recursos.