Las mujeres dentro de la organización gremial
La deuda es con nosotras
Históricamente se ha considerado una división sexual del trabajo a lo que han determinado roles de género. Esta particular “construcción” sobre la división del trabajo constituye un producto histórico y humano, en consecuencia, es posible de cambios que implican diversos aspectos de la vida cotidiana, cultural, social, económica y política.
El feminismo de desigualdad es histórico y estructural, por lo tanto, las mujeres son las que mas sufren las consecuencias de los ajustes, enfrentándose ante un escenario hostil en reclamo y lucha por sus derechos. El recrudecimiento de la pobreza, los altos niveles de precariedad laboral es un llamado doloroso y urgente para la implementación y transformación estructural ante un escenario de crisis,
endeudamiento, pobreza y el alto nivel de desigualdad.
La feminización de la pobreza, la falta de independencia económica, la cosificación y la inequidad en el mercado laboral de las mujeres y el grupo social LGTBIQ+ es persistente y desfavorable, son factores clave para la reproducción de la violencia y el acoso por motivos de género, acentuándose en las diversas esferas ocupacionales.
En los últimos años, las calles de nuestro país se han llenado de movilizaciones con reclamos ante las múltiples desigualdades que atraviesa la sociedad, siendo que, el lugar de las mujeres en el sistema de producción es un concepto básico y fundamental para la economía y el trabajo. Entendiendo la definición de trabajo que aparece y se asume como una actividad medida por pago, dejando afuera del análisis económico al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que se realiza en los hogares y como consecuencia, esta dimensión que en general no se considera y se mantiene invisibilizada a la hora de pensar las condiciones y posibilidades de empleo de las personas hace que la desigualdad se reproduzca, profundice, naturalice y la inequidad se amplíen.
El 64% de la población de menores ingresos son las mujeres, este porcentaje nos dice que, 6 de cada 10 mujeres se ubican en los estratos bajos en las escalas sociales de ingresos. ¿Qué significa estratos o estratificación? La estratificación social es la forma en la que se califican los componentes (personas) de una determinada sociedad, a su vez, atiende a criterios como riqueza, estatus, ocupación etc. Además, la estratificación social se usa para dividir a una población en base a esos criterios de observación de los individuales que la componen. Dentro de los estratos sociales están las mujeres y el colectivo LGTBIQ+, siendo este último grupo social el que lleva sobre sus hombros el etiquetamiento, que recae, principalmente, en quienes viven en mínimas condiciones tratando de alcanzar un mejor lugar en la sociedad y el trabajo, es claro que esta herramienta del control social es un mecanismo perverso para privilegiar las diferencias de clase y reprimir y controlar a los oprimidos. En síntesis, el etiquetamiento es una técnica de selección de comportamiento y de personas para ser catalogadas, como parte del control social, con el fin de mantener el status quo de dominación que ostentan las élites que detentan el poder político y económico en una sociedad. (Becker)
La mujer tiene un ingreso del 27,7% menos al de los hombres, siendo que, si analizamos en porcentajes, el 71% del trabajo en salud esta a cargo de la mujer y solo un 25% de ellas tiene cargos ejecutivos dentro de las instituciones. En el sector educación el 69% son mujeres y el 31% varones. Finalmente, el trabajo en el sector publico la presencia de la mujer es de un 48%.
La feminización del rol docente fue un proyecto político, histórico del siglo XIX que creían que la enseñanza era el trabajo apropiado para la mujer, ya que ellas venían educando en el hogar y seguir haciéndolo en la escuela era algo “natural”.
El prototipo más frecuente fue el de perfecta casada, reina del hogar, piadosa, buena madre y buena esposa. Este concepto correspondía a un discurso ideológico sobre lo doméstico, y la Iglesia católica era su más agresivo portavoz.
Por esto, su instrucción en establecimientos educativos, oficiales o preferentemente privados, no estaba dirigida a formar académicas o sabias, sino mujeres piadosas; sabias, eso sí, en manejo de labores domésticas, expertas en trabajo de agujas.
La incorporación de la mujer al sistema educativo, según la Iglesia, era una forma de moldear en principios y valores cristianos al elemento cohesionador de la familia y el hogar. El acceso de la mujer al sistema educativo no buscaba, de ninguna manera, alterar la función social de la misma; buscaba fundamentalmente alfabetizarla y adiestrarla en algunos quehaceres domésticos para el mejor
funcionamiento del hogar y de la familia. Su educación, en caso de haberla, debía ir orientada a su misión en la vida. Los textos legales hablan por sí solos, por lo que los usaré preferentemente para ver cuál era el tratamiento que recibía la enseñanza femenina. (https://personal.us.es/alporu/historia/mujer_educacion.htm)
Tanto en el sector salud, educación y administración se destacan por tener una fuerza laboral altamente femenino.
Hoy en Argentina las mujeres somos las que mas sufrimos los mayores niveles de desempleo, y las que trabajan conviven con sueldos precarios, ganan un promedio del 29% menos que sus pares varones, brecha que se amplia para las asalariadas informales, alcanzando un 35% dándonos un porcentaje de 7 de cada 10 personas de la población de menor ingreso en nuestro país son mujeres.
Hay que tener en claro que es sumamente significativo establecer que el capitalismo a producido escasez y no riqueza, en todo caso para nosotras ha sido un empobrecimiento que no deja de avanzar con el paso del tiempo.
“El capitalismo se apropió del trabajo no pagado, se construyó sobre la degradación del trabajo de reproducción y del cuidado. Pero no es un trabajo marginal sino el más importante, porque produce sobre todo la capacidad de la gente de poder trabajar”
(Federici, 7 noviembre, 2016 by Redacción La tinta)
En este sentido, es importante reconocer que la violencia se encuentra aun hoy presente de manera aleatorio en la relación entre hombres y mujeres en nuestras sociedades. Los cuerpos de las mujeres han sido obligados a ser territorios de conquista, en la guerra y en el amor, han sido ultrajados, violados, cosificados, vendidos, premiados, muertos, por el capitalismo patriarcal, como también la
prohibición del aborto, por ejemplo, obligadas a parir una y otra vez, manteniendo activa la reproducción social, manteniendo a flote la producción, pariendo consumidores.
En conclusión, para el capitalismo patriarcal, las mujeres somos cuerpo/objeto de consumo. Lo vemos a diario en la tele, en los diarios, en la música, en redes sociales, en la radio: toda producción cultural hegemónica nos va disciplinando, masticando la cabeza. El desprecio por nuestros propios cuerpos también es servil al mercado, en tanto que un champú describe nuestro cabello como la peor porquería, o una propaganda de crema facial nos quiere quitar años de encima y los estándares de belleza nos comen la cabeza a todas. “(nos comen el cuerpo a todas, en nuestras manos o en la de otros. Ser cuerpo/objeto, también permite la existencia de violadores y feminicidas o ambos, que está sujeto también a un estereotipo y sistema de creencias impuestas por otros)”.
La idea de, entre otras cosas, el hecho de unir identidades materializando las distintas vertientes en lucha y desde ahí merece ser discutida sobre las representaciones masculinas que en la mayoría de los sindicatos y de las empresas están dirigidos por varones, entonces es muy difícil que la problemática de género permee a las organizaciones sindicales y, aprobar una perspectiva de género con principios de igualdad y no discriminación en todos los aspectos de las negociaciones colectivas, construyendo un entorno seguro, libre de violencia de género, de acoso y hostigamiento sexual. El papel de los sindicatos no debe limitarse a solo representantes masculinos, es necesario la presencia de la mujer en representación y lucha por sus derechos desde un lugar jerárquico como los hombres.
“Dentro de los sindicatos se debe, igualmente, asegurar la igualdad de trato y oportunidades, así como una representación balanceada de hombres y mujeres, dado que la presencia de una masa crítica de mujeres en los puestos de toma de decisiones sindicales es crucial para la promoción de la igualdad de género en el contexto del trabajo. Esto es fundamental puesto que la falta de mujeres en puestos de liderazgo dentro de los sindicatos ha servido para facilitar su marginación dentro de la fuerza de trabajo en general debido a la pasividad de las políticas públicas y legislación para proveerles un empleo sustentable” (Phillips, 2011).