Entre la razón y la herejía
Uno de los problemas que no he podido resolver después de más de veinte años de haberme apartado de la iglesia evangélica donde fui pastor por quince de ellos, es la relación con algunos miembros amigos de aquella época que me ven como un hereje o como la oveja negra de los creyentes.
El haber abandonado los ritos y las creencias que me habían sido impuestas por lo que está escrito en “Las sagradas escrituras” y haber osado tener la prepotencia de legitimarme mediante argumentaciones y hacerme preguntas sobre la justificación de tan grandes atrocidades que me mostró el razonamiento, además de formularme preguntas que nadie me respondió, produjo, para mi pesar, en mis amigos “hermanos”, actitudes que no se inscriben en los conceptos que las escrituras consideran dentro del perdón cristiano.
Tal vez, en este mortal, la creencia fue derrotada por la razón, el “pienso, luego existo” de René Descártes , “porque pienso soy” o “soy porque pienso” me convierte solo en un hombre, ya no ese ser especial creado por Dios, ahora soy simplemente un animal dotado de razón, la capacidad de discernir, decidir y de elegir. Por ahí descubrimos el inconsciente, ese mundo a veces claro-oscuro que nos lleva a preguntas que no tienen respuestas, y es cuando nos cuestionamos si realmente somos dueños de nuestros actos para dilucidar cuales son los motivos y si éstos son válidos para tomar las decisiones que tomamos.
Aquí comienza el dilema entre creencia y razón; desconocemos cómo se produce el pensamiento consciente, pero gracias al razonamiento ubicamos abstracciones como la voluntad, el libre albedrío, la objetividad o la verdad.
La creencia se sustenta en la fe, una convicción que admite lo absoluto sin necesidad de la evidencia, lo que aproxima el objeto de fe al principio del mito, algo que el sujeto acepta como cierto, pero no es más que una verdad subjetiva.
La razón es la facultad del ser humano de pensar, reflexionar para llegar a una conclusión o formar juicios de una determinada situación o cosa.
No quisiera que el lector piense que lo quiero llevar a una reflexión filosófica que sería aceptablemente discutible, pero según La Biblia, el hombre tiene libre albedrío, puede elegir entre el bien y el mal, y ese hecho nos pone en el trabajo de tomar una decisión, lo que significa el uso de la razón. Nace otra pregunta: ¿por qué, si Dios crea un mundo para que su creación se desarrolle y disfrute de plena felicidad, con una criatura superior que está hecha a su imagen y semejanza, crea también el mal? y por qué descarga en el primer hombre, la responsabilidad de haber impuesto el mal en un mundo tan bello, solo por su desobediencia, fruto de una decisión? la razón me dice: entonces pensar y elegir, viola los reglamentos de Dios, haciendo imposible la elección dentro del llamado libre albedrío.
Vivimos en un mundo donde cada vez se desfigura más la imagen de Dios en el hombre y no notamos la más mínima reacción de la deidad ante tanta crueldad, indiferencia, desprecio, individualismo y despojo, tal vez está tan ocupado en otros rincones del universo que ha descuidado este mundo, o se aburrió y ya no le importa. Podríamos pensar que ese dios pagano llamado Mamón a seducido a la gran creación de Dios con el recurso de su poder: el dinero, por echarle la culpa a alguien, por el camino por el que transita la sociedad hacia su destino final.
Allí es donde se genera otro clivaje: religión o espiritualidad. Yo elegí la espiritualidad. Una persona espiritual es consciente de su propia identidad y de su papel en el mundo. Puede llegar a alcanzar niveles de conocimiento más profundos y desarrolla con más facilidad sus valores personales, estableciéndose propósitos de vida más acordes a esos valores. Y creo que la religión es una creación de los hombres, por eso es que hay tantas denominaciones cristianas y tantas religiones en el mundo que regulan y norman la vida de las personas, generan guerras, hambre, miseria y hasta aquellos tan fundamentalistas que matan a las personas solo para agradar a su dios.
Ser espiritual es estar conectado con lo que creo que es importante para mí y que me eleva y enriquece mi ser interior, me libera en el uso de la razón, me permite pensar, pero fundamentalmente puedo decir: “este soy yo”, que vive, piensa y existe.
Tal vez no sea la fórmula de la felicidad, pero me reconcilia con el mundo que me rodea y me fortalece en la seguridad que la fuerza de mi contacto espiritual con mi parte del universo, me ofrece una relación más lógica y entendible, donde no se me imponen normas que pueda violar por mi independencia para pensar.
Entonces no creo en aquellos que se dicen intermediarios entre Dios y los hombres y mujeres de la sociedad (durante quince años fui uno de ellos), que vivan como reyes sin trabajar, porque son “obreros de Dios” y llenan garajes, iglesias y estadios de gente que está sumida en la pobreza y que son convencidos para que depositen sus pesos en sus canastos y más aún, que entreguen a estos señores el diez por ciento de sus ingresos, mientras ellos son recibidos como famosos, con aplausos, vistiendo las mejores ropas y teniendo las mejores casas y automóviles que ”Dios les regaló para servir a sus hermanos”, acaso este hecho, no los convierte también en adoradores del dinero?. A sus hermanos les enseñan a vivir por fe, pero ellos son los capitalistas que administran el dinero de ellos, dejando indemne (por piedad cristiana) la fe, como riqueza de vida, en esos verdaderos creyentes.
Es muy difícil desnudar con nombres y apellidos a estos mercaderes de la fe, porque han influido tanto y han manipulado de tantas maneras a las personas que los siguen que cuando alguno se rebela a través del razonamiento, es apartado, despreciado y alejado de sus círculos religiosos, desconocido como hermano y algunas sectas, hasta les niegan el saludo, no comen con ellos, así sean sus padres, hijos o hermanos carnales, porque se han “contaminado con el mundo.”
Entonces sí en mi caso me declaro hereje, tal vez mi razón y la fe no sean parientes, pero yo soy ahora lo que soy porque “pienso y luego existo”.