¿CUÁNTO CUESTA SER FELIZ?
Es a través de las redes sociales donde el capitalismo utiliza sus armas de seducción empleando alegremente palabras como felicidad o libertad, y desde allí surgen los monstruos políticos capitalistas ofreciendo convertir el caos en absoluta felicidad.
Como decía Discépolo, nuestro mundo es problemático y febril, y la verdad es que nuestra sociedad se ha desarrollado dentro del caos, somos animales caóticos por naturaleza, ante esto, necesitamos hallar un equilibrio dentro del desorden para encajar en este modelo, por lo que cada vez se producen y demandan mayor cantidad de libros de autoayuda que la gente lee para poder insertarse dentro de este sistema del “soy feliz” y mostrarse estoicamente conformista evitando rebelarse en contra de toda esta estructura.
Lo que en realidad ocurre es que la felicidad no es un estado permanente, si buscamos en Google la palabra felicidad, aparecen varios rostros que destacan una gran sonrisa, pero sabemos que la felicidad puede ser un fragmento de la existencia humana, temporal, pasajero que incluso le da sentido al verdadero significado de la palabra felicidad, porque es algo que ocurre, que nos ocurre, que no provocamos. Todas las ciencias se han ocupado de estudiar y explicar de diversas maneras el significado de la felicidad, pero, también las personas que no tienen claro el concepto real de lo que es (que son la mayoría) han permitido ser manipuladas con el propósito de que alguien pudiera sacar provecho de ese estado. Entonces es cuando surgen “los vendedores de felicidad”.
Esta visión de la felicidad genera entonces dos interrogantes: ¿a quién le interesa vender felicidad? y ¿cómo se vende la felicidad? El Marketing de la felicidad es un negocio de manipulación capitalista y neoliberal que se ha insertado en nuestra sociedad como un parásito silencioso y voraz. Desde allí no nos muestran la felicidad como un horizonte difícil de alcanzar o como una utopía, aunque ellos lo saben, pero venden la felicidad “de mercado” como un producto y lo hacen solapadamente cuando nos proponen alcanzarla a través de las marcas poderosas, comprar un automóvil último modelo, una laptop de la mejor marca, etc. Todos estos elementos hacen que nos acerquemos un poco a la felicidad. El mercado en general fabrica productos que generan necesidades de consumo y que se muestran como productos deseables portantes de felicidad, lucrando con la obligación de ser feliz y expandido gracias a los “influencers” que venden un estilo de vida perfecto y, naturalmente feliz.
Las redes sociales han significado un inmenso avance en las comunicaciones en tanto que, a la vez, se han convertido en una trampa mortal para quién ignora todo lo que se mueve detrás. Supongo que sabes lo que significa “algoritmo.” Si no lo sabes el diccionario dice que es un “conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.” Para explicarlo prácticamente, cuando buscas un determinado producto en Google, un lavarropas, por ejemplo, luego, cada vez que entras a Internet te aparece un sinnúmero de avisos que te quieren vender lavarropas, ese trabajo lo hace un algoritmo. En otras palabras, te controlan hasta las preferencias que tienes, tus necesidades y deseos y te ofrecen suplirlo con los productos que el mercado produce para que obtengas esa cuota de felicidad. Pero también las redes sociales pueden significar un vicio, recordemos las palabras de Plutarco: “quien tiene muchos vicios, tiene muchos amos.
Para el sistema de dominación vigente es altamente lucrativo que les compres la idea de que puedes acceder fácilmente a la felicidad a través de lo que ellos te ofrecen y eso hace que te despreocupes de todo lo demás, esa felicidad tóxica te aleja de la realidad del mundo que te rodea y dejas de reflexionar sobre tus problemas reales urgentes, como la explotación laboral, el bajo salario, el cambio climático. No es en vano que la depresión sea una especie de epidemia mundial que ya no puede ser pensada sólo como una patología sino como una consecuencia de un determinado tipo de políticas.
Es a través de las redes sociales donde el capitalismo utiliza sus armas de seducción empleando alegremente palabras como felicidad o libertad. Y desde allí surgen los monstruos políticos capitalistas ofreciendo convertir el caos en absoluta felicidad, como Milei o Bullrich, que prometen los mismos errores del pasado. Y la gente que quiere ser feliz se deja manipular porque Tik Tok les dice que todo va a estar bien con ellos. Pero ¿cómo exigir que una persona sea feliz si sus recursos económicos están por debajo del nivel de pobreza, o es acosado racialmente, o no tiene acceso a una educación de calidad, o a una salud de calidad. Que no puede comprar bienes necesarios, o no puede cumplir con las tres alimentaciones diarias básicas (desayuno, almuerzo y cena), ¿no es obscenamente cruel exigirles a personas que sonrían, aunque sea por un instante viviendo en un mundo tenebroso creado por los mismos vendedores de felicidad? Esta felicidad es problemática, y privilegia a una clase social: los ricos tienen derecho a la felicidad porque parte de la felicidad se adquiere con nuestra moneda, con dinero.
No es lo mismo ser feliz en un departamento en Avenida del Libertador que cuatro chapas en la Villa 11-14, no es lo mismo ser feliz comiendo en restaurantes, que alimentándose de los basureros en las calles. La felicidad en nuestros tiempos es clasista. Los perfiles en Instagram, Facebook y Tik Tok enseñan personas bonitas, ricas y se muestran como el prototipo de la felicidad, usando las más caras fragancias o los productos más finos, mostrando una crueldad y una desigualdad sin límites en nombre de la felicidad.
Han, el filósofo surcoreano, sostiene que, en la sociedad actual, las personas se sienten presionadas para ser visibles, productivas y exitosas en todo momento, lo que puede llevar a una sensación de agotamiento y estrés constante.
Lo que el capitalismo propone hoy, sin duda, son formas banales e insulsas de la felicidad, una propuesta que se pierde en la trivialidad de los videos de Tik Tok y en las muy taquilleras y insípidas pero lucrativas sesiones de coaching. Se propone un ideal, el de ser feliz, que paradójicamente puede producir un malestar que conduzca a la depresión, el desamparo y la infelicidad.