CACEROLEO, ¿PERO CUÁL ES EL VERDADERO RECLAMO?
En este complejo escenario que nos toca vivir nuevamente en nuestro país, la comprensión precisa de las protestas adquiere una dimensión decisiva, ya que de ello depende no solo la eficacia de la expresión ciudadana, sino la defensa de la unidad nacional frente a la amenaza oculta del loteo de nuestro país.
La falta de discernimiento respecto a la verdadera naturaleza de estas expresiones podría favorecer un desenlace indeseado, poniendo en riesgo no solo la estabilidad económica colectiva e individual, sino también la integridad territorial y la autonomía política. En otras palabras, ya no es por el salario, que se expresa la ciudadanía, sino por continuar viviendo en un sistema democrático.
Para entender cómo funciona la propuesta de la administración actual, es clave retroceder en el tiempo y conocer la historia de nuestro país.
Los primeros años después de independizarnos estuvieron marcados por la lucha contra la influencia colonial y la búsqueda de nuestra propia identidad. Pero, aunque hemos avanzado, todavía arrastramos ciertos modos de pensar de esa época. La mentalidad colonial persiste en las estructuras burocráticas y en cierta lealtad a patrones de pensamiento anticuados, lo cual se nota claramente incluso en el gobierno actual. Aunque sigue siendo legal y democrático, es bastante evidente la distancia que hay entre lo que pretende y la idea de una nación libre, con autonomía política y soberanía económica.
La metáfora de contribuir a una corona que ya no ejerce control directo sobre el país evoca la complejidad de una transición hacia la autonomía que hasta el día de hoy no ha terminado, porque bajo el instrumento discursivo de “la libertad” y de “hombres libres”, ya está más que claro que el objetivo de esta administración, es ser “gerentes” temporales de los recursos de nuestra riqueza y territorio.
Volviendo a la perspectiva histórica, y a pesar de haber alcanzado la independencia, las estructuras mentales arraigadas en un grupo de nuestra sociedad, persisten y están presentes, dando lugar a una suerte de dependencia simbólica que se manifiesta en la actualidad. El ciudadano que aporta a un reino lejano refleja la preocupación de contribuir a intereses que no representan genuinamente el bienestar general de la nación y a sus habitantes, sino a su propia conveniencia, y lo que sobra, después de quedarse con una parte, invariablemente en forma ilegítima e ilegal, girar lo sobrante a una corona que ni siquiera los reconoce como sus súbditos.
Esta es la demanda de fondo, aunque no lo exprese de manera elocuente y directa, la que se manifiesta en la actualidad a través de las protestas ciudadanas, cuyas peticiones hoy no pueden ser comprendidas plenamente sin considerar este trasfondo histórico.
La resistencia ciudadana ya no se limita únicamente a la búsqueda de cambios económicos urgentes e inmediatos. Mejores ingresos y condiciones de vida dignos. Hoy también abarca el deseo de preservar la soberanía y la identidad nacional frente a amenazas de fragmentación y loteo del territorio nacional y sometimiento de las fuerzas laborales a condiciones propias de principios del siglo XX. En otras palabras, la población no solo está demandando respuestas urgentes e inmediatas a problemas económicos, sino que también se preocupa por proteger la integridad y la autonomía de la nación frente a posibles divisiones y apropiaciones indebidas de las riquezas de todos.
Sin una comprensión clara de los fundamentos de las protestas, podría resultar en interpretaciones equivocadas y ser ninguneadas por parte de la administración actual, lo cual agravaría las tensiones en lugar de propiciar la búsqueda de soluciones concretas. En otras palabras, si no se entienden correctamente los aspectos fundamentales de las protestas, la atención y preocupación de las autoridades podrían ser nulas, contribuyendo así a intensificar las tensiones en lugar de avanzar hacia soluciones democráticas.
En este caprichoso pero necesario análisis histórico que hago, me permite trazar los hilos que, a mi entender, conectan el pasado con el presente, e intentar darle otro enfoque a las raíces de las tensiones actuales, que dicen a las claras a quiénes les importa más la oportunidad de comerciar y obtener ganancias, que a tener una idea colectiva como nación poderosa, libre y soberana.
Desentrañar la complejidad de la historia argentina y latinoamericana, también nos proporciona una base sólida para comprender la dinámica actual y abordar los desafíos con perspectiva y sabiduría, aunque muy a mi pesar, nunca salimos de las ideas rectoras que enfrentaron San Martín y Rivadavia. Uno emancipando países y el otro, Rivadavia, pidiendo el primer préstamo a la Banca Baring (1829), Reino Unido, que, por cierto, del millón de libras que se le concedió a Buenos Aires, solo llegó poco más de la mitad, ya que se destinaron a comisiones y otras yerbas una porción significativa de ese préstamo. La devolución del dinero fue bastante compleja, turbia y llevó muchos años. ¡Ah!, y lo importante: para lo que se pidió el préstamo, que era dotar de agua potable a la Ciudad de Buenos Aires, no se hizo.
La tarea de construir una sociedad más justa y cohesionada requiere un esfuerzo colectivo constante y una profunda reflexión individual que va más allá de la lucha por ingresos dignos para todos.
Independientemente de las diferencias ideológicas, resulta crucial reconocer la necesidad de abordar las preocupaciones fundamentales que subyacen a las expresiones de los ciudadanos. La claridad en la comunicación, la empatía y el diálogo entre los manifestantes son herramientas poderosas que permitirán articular la dinámica de la protesta. Asimismo, la unificación de criterios es fundamental para que el mensaje sea claro y preciso. De esta manera, se evita que las divisiones naturales que pueden surgir debido a la espontaneidad en la organización de las protestas, se conviertan en una debilidad y lleven al fracaso de la iniciativa.
Sin que este texto pretenda ser un llamado a la reflexión ciudadana, me animo a desafiarnos como sociedad a considerar nuestra responsabilidad individual en la construcción de un país más justo y equitativo, sabiendo que, para lograrlo, necesitamos conocer y comprender las raíces históricas que nos han traído hasta este lugar incómodo que nos toca vivir hoy.
La lección que nos deja la historia más reciente es clara: enfrentar desafíos complejos requiere un compromiso colectivo, no solo palabras vacías. Es necesario actuar con ideas potentes y concretas, y poner el cuerpo, más allá de simples slogans. Además, construir una sociedad que refleje nuestros valores democráticos y nuestra identidad nacional nunca es gratis ni fácil. Ninguno de nuestros derechos nos los han concedido amablemente. Todos, y cada uno de nuestros derechos son el fruto de luchas sociales que llevaron mucho tiempo, esfuerzos y también vidas humanas.
En este momento crucial, donde la interpretación selectiva de las leyes y el abuso de poder ponen en peligro la integridad de nuestro país, la unidad y la solidaridad son fundamentales para cambiar la situación actual y abrir un camino democrático más claro y prometedor para todos.
Solo basta recordar que solo las sociedades, nosotros, los ciudadanos, el pueblo, puede cambiar la historia. Que históricamente, y únicamente, son las sociedades las que enjuician y meten preso a los traidores y ladrones, aplicando las leyes aunque, lástima que sea siempre el pueblo el que pone los muertos.