MERCADO SIN PLATA
Por estos días aparece una profunda reflexión en torno a la dualidad entre eficiencia y equidad (1Lea el artículo: ENTRE LA IGUALDAD Y LA EQUIDAD: EL ROL DE LA REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA). Este dilema, presentado como cardinal, impulsa la toma de decisiones y la reconfiguración de políticas públicas, revelando una tensión inherente entre la optimización de recursos y la justa distribución de beneficios y cargas económicas, estas últimas, representada por una casta repleta de pobres, sub ocupados y desempleados, jubilados, maestros, jueces, universidades, médicos y enfermeras, policías y militares, personal de representaciones diplomáticas y otros ñoquis (¿?) más.
Cuando examinamos esta dicotomía desde una perspectiva más humanista y con claro enfoque social, surgen preguntas cruciales que invitan a reflexionar sobre el equilibrio dinámico entre eficiencia y equidad en nuestras sociedades contemporáneas.
La eficiencia económica, como piedra angular del crecimiento y la innovación, nos lleva a preguntarnos hasta qué punto las ganancias en eficiencia se traducen en beneficios equitativos para toda la sociedad. ¿Podemos garantizar que la mejora en la productividad y la competitividad no genere disparidades económicas cada vez más amplias entre diferentes estratos sociales? La maquinaria de la eficiencia prometida en los discursos, aunque esencial para el progreso económico, a menudo plantea desafíos en términos de equidad, mostrando la necesidad de abordar las externalidades sociales que pueden surgir en su estela.
La equidad, por otro lado, surge como una aspiración moral y social que busca corregir las desigualdades estructurales. ¿Cómo diseñar políticas redistributivas que no solo aborden las disparidades superficiales, sino que también ataquen las raíces profundas de la inequidad? ¿Es posible lograr una redistribución que no desincentive la iniciativa individual y la eficiencia económica? Estos interrogantes resaltan la complejidad de reconciliar eficiencia y equidad, planteando la necesidad de estrategias y enfoques innovadores que aborden simultáneamente ambas dimensiones.
En el pensamiento gobernante se harán la pregunta de si ¿es posible formular políticas públicas y a la vez encontrar un punto de equilibrio efectivo entre eficiencia y equidad? ¿Existen otros modelos y estrategias que permitan la convergencia de estos dos objetivos aparentemente opuestos? O, por el contrario, ¿nos encontramos ante un escenario en el cual la tensión entre ambos principios es inevitable, y debemos aprender a navegar por un mar de compromisos y adaptaciones constantes?, y como contexto, el desorden social.
La lógica para comprender esta disyuntiva, es no interpretar que estamos ante una lógica binara, donde es una u otra opción. La eficiencia y la equidad no son fuerzas antagónicas, sino elementos interconectados en la compleja red de las dinámicas socioeconómicas, para lo cual se requiere alejarse del dogma y centrarse en la idea que, sin sociedad, no hay mercado, y que no puede haber sociedad sometida a la voluntad del mercado.
Entonces, ¿cuáles son los factores cruciales que debemos considerar para lograr una amalgama exitosa de eficiencia y equidad? ¿La educación, la movilidad social, la protección social y la sostenibilidad ambiental pueden ser los pilares de un enfoque integral?
Estas preguntas resaltan la complejidad inherente a la búsqueda de un sistema socioeconómico que fomente tanto la eficiencia como la equidad, complejidad que excede cualquier slogan de campaña en un video de TikTok con marcada emocionalidad de autoayuda barata, cargada de una épica irreal.
Para cerrar esta reflexión, es imperativo cuestionar la lógica libertaria que pone un énfasis desproporcionado en el mercado como motor exclusivo del progreso, y repetirse la pregunta si ¿es posible tener mercado sin sociedad? Y la respuesta surge sola, las sociedades no buscan únicamente rentabilidad monetaria, sino equidad y justicia social. En este sentido, la maximización de beneficios económicos no puede desvincularse de la responsabilidad social y la búsqueda de un bienestar colectivo.
El desafío radica en encontrar un equilibrio que permita aprovechar los beneficios de la eficiencia económica sin perder de vista el imperativo ético de construir sociedades más equitativas y sostenibles. La realidad que vivimos exige de representantes con un enfoque que trascienda las dicotomías simplistas, teniendo que hacerse cargo de la complejidad e intentar encontrar soluciones que aborden de manera integral las necesidades de la sociedad, los individuos y el mercado.
Para terminar, me pregunto, nuestros representantes, ¿tendrán la sensibilidad social, preparación cultural y académica que exige una respuesta, aunque sea razonable a este desafío?
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