UN GENOCIDIO ECONÓMICO
En el primer capítulo de «La crisis de la libertad» de “Byung-Chul Han” 1«La crisis de la libertad» de “Byung-Chul Han” , el filósofo surcoreano-alemán analiza la transformación y crisis del concepto de libertad en las sociedades contemporáneas. “Byung-Chul Han” argumenta que el concepto tradicional de libertad ha cambiado radicalmente en la modernidad, llevando a una crisis que afecta profundamente a la vida personal y social.
“Byung-Chul Han” comienza explorando cómo la libertad, históricamente entendida como una ausencia de restricciones externas y la capacidad de tomar decisiones autónomas, ha evolucionado. En el pasado, la libertad se concebía principalmente como una lucha contra la opresión, es decir, contra las imposiciones y restricciones externas. La liberación consistía en eliminar estas barreras para que el individuo pudiera actuar según su propia voluntad. Sin embargo, en la modernidad, especialmente en las sociedades libertaria/neoliberales, la noción de libertad ha cambiado. Ya no se trata solo de eliminar restricciones externas, sino de alcanzar una autorrealización individual. Aquí es donde “Han” introduce la idea de que esta nueva forma de libertad es paradójica: los individuos se sienten libres, pero en realidad están sometidos a nuevas formas de control y explotación, que son más sutiles y menos evidentes que las anteriores.
Uno de los puntos clave que Han destaca es la transición del control externo al control interno. En las sociedades contemporáneas, los individuos ya no necesitan ser controlados por fuerzas externas porque se auto explotan en nombre de la libertad. El ideal de autorrealización, que es central en la ideología neoliberal, lleva a las personas a trabajar constantemente en su propio perfeccionamiento, lo que resulta en una autoexploración constante.
Han argumenta que esta autoexplotación es más efectiva y peligrosa que las formas tradicionales de explotación, porque los individuos creen que están eligiendo libremente trabajar más y más duro, cuando en realidad están siendo explotados de manera más profunda. Esta situación genera una nueva forma de esclavitud, donde el individuo se convierte en su propio opresor, creyendo que está ejerciendo su libertad.
Han sostiene que la libertad se ha convertido en una fuente de angustia y presión en lugar de ser un medio para la emancipación. Esta crisis se manifiesta en el hecho de que las personas, en su búsqueda de autorrealización, se sienten constantemente insatisfechas y presionadas para alcanzar más. El exceso de opciones y la necesidad de constantemente tomar decisiones «correctas» generan una sobrecarga en los individuos, lo que lleva al agotamiento, la ansiedad y la depresión.
El filósofo también menciona cómo las redes sociales y las plataformas digitales exacerban esta crisis. La constante exposición y comparación con los demás, junto con la presión por mantener una imagen ideal, refuerzan la auto explotación y el malestar.
Finalmente, “Han” plantea que es necesario repensar el concepto de libertad para superar esta crisis. La libertad no debería ser solo la posibilidad de hacer lo que uno quiera o la búsqueda interminable de la autorrealización. En cambio, debería incluir un espacio para la reflexión, la contemplación y el descanso, lo que permitiría a las personas vivir de manera más plena y auténtica.
“Byung-Chul Han” invita a cuestionar las formas contemporáneas de libertad y a considerar que la verdadera libertad podría implicar límites y una revalorización de la comunidad y el ser colectivo, en lugar de la obsesión con el yo individual.
En el país de la libertad es costumbre no llegar a fin de mes
Un genocidio económico que afecta a mujeres, niños y ancianos
En el imaginario colectivo, el concepto de libertad está intrínsecamente ligado a la capacidad de cada individuo para ejercer su voluntad sin restricciones indebidas. Sin embargo, en el país de la libertad, donde se pregona la igualdad de oportunidades y la justicia social, una realidad oscura y devastadora se cierne sobre sus ciudadanos: la imposibilidad de llegar a fin de mes. Este fenómeno no es solo un síntoma de desigualdad económica, sino una manifestación de lo que podría considerarse un genocidio económico, cuyas víctimas más vulnerables son, sin lugar a dudas, las mujeres, los niños y los ancianos.
El país de la libertad, como muchos lo llaman, es un lugar donde las promesas de prosperidad y desarrollo se han ido desmoronando con el paso del tiempo. Lo que alguna vez fue un sueño alcanzable para todos, ahora se ha convertido en un privilegio reservado para unos pocos. La creciente brecha entre ricos y pobres ha llevado a una situación en la que llegar a fin de mes se ha vuelto una hazaña imposible para una gran parte de la población.
En este contexto, hablar de libertad parece una cruel ironía. La libertad económica, uno de los pilares fundamentales para la realización personal y social, se encuentra gravemente comprometida. No se puede ser verdaderamente libre cuando se vive bajo la constante presión de la precariedad económica, donde el simple hecho de cubrir las necesidades básicas se convierte en una lucha diaria. En este sentido, la imposibilidad de llegar a fin de mes no es solo un problema económico, sino un atentado directo contra la dignidad humana.
Es innegable que la crisis económica afecta a todos los sectores de la sociedad, pero sus consecuencias son particularmente devastadoras para las mujeres, los niños y los ancianos. Estos grupos, históricamente marginados y vulnerables, son los más afectados por un sistema que perpetúa la desigualdad y la exclusión.
En primer lugar, las mujeres, que ya enfrentan una brecha salarial significativa en comparación con los hombres, se ven obligadas a asumir una doble carga: la de mantener un hogar con ingresos insuficientes y la de lidiar con las responsabilidades familiares. La precarización del trabajo, sumada a la falta de políticas de apoyo a la maternidad y a la conciliación familiar, hace que las mujeres sean las más expuestas a la pobreza. Además, en muchas ocasiones, son ellas quienes deben sacrificar sus propias necesidades para asegurar el bienestar de sus hijos, lo que agrava aún más su situación.
Por otro lado, los niños, que dependen completamente de los adultos para su supervivencia y desarrollo, son víctimas inocentes de esta crisis. La pobreza infantil es una de las formas más crueles de violencia estructural, pues priva a los más pequeños de oportunidades esenciales para su futuro, como una alimentación adecuada, educación de calidad y acceso a servicios de salud. Las consecuencias de crecer en un entorno de carencias económicas pueden ser devastadoras y perpetuar el ciclo de pobreza a lo largo de generaciones.
Finalmente, los ancianos, que han trabajado toda su vida con la esperanza de disfrutar de una vejez digna, se encuentran desamparados en un sistema que no valora ni protege a sus mayores. Las pensiones insuficientes y el elevado costo de vida obligan a muchos de ellos a vivir en condiciones precarias, dependiendo en ocasiones de la caridad o de la ayuda de familiares, quienes, a su vez, enfrentan sus propias dificultades económicas.
El término «genocidio» evoca imágenes de violencia masiva y destrucción deliberada de un grupo humano. Sin embargo, es necesario ampliar esta definición para incluir formas de violencia que, aunque menos visibles, son igualmente destructivas. El genocidio económico es un proceso sistemático de empobrecimiento y marginalización que condena a ciertos grupos a la precariedad y la exclusión, destruyendo sus vidas de manera lenta pero inexorable.
En el país de la libertad, la imposibilidad de llegar a fin de mes es una forma de genocidio económico que se perpetúa a través de políticas neoliberales que priorizan los intereses de las élites sobre el bienestar de la población. Las mujeres, los niños y los ancianos son las principales víctimas de este sistema, pues carecen de los recursos y las oportunidades necesarias para romper el ciclo de pobreza en el que están atrapados.
Es fundamental reconocer que este genocidio económico no es un fenómeno natural o inevitable, sino el resultado de decisiones políticas y económicas que benefician a unos pocos a costa del sufrimiento de muchos. La pobreza y la desigualdad no son simplemente problemas individuales, sino el reflejo de un sistema que falla en proteger a sus ciudadanos más vulnerables.
“El país de la libertad” enfrenta una crisis moral y económica que pone en evidencia las profundas contradicciones de su sistema. La imposibilidad de llegar a fin de mes es un síntoma de un problema mayor: un genocidio económico que afecta desproporcionadamente a las mujeres, los niños y los ancianos. Para superar esta crisis, es necesario replantear el concepto de libertad, entendiendo que no puede haber verdadera libertad en un contexto de desigualdad y pobreza extrema.
Es trágico que se adopten políticas públicas que prioricen el bienestar de la población por encima de los intereses económicos de las élites, y que se implementen medidas efectivas para combatir la pobreza y la exclusión social. Solo así será posible construir una sociedad más justa y equitativa, donde la libertad deje de ser un privilegio para unos pocos y se convierta en un derecho real para todos.
- 1«La crisis de la libertad» de “Byung-Chul Han”