LA REALIDAD, LA FICCIÓN Y LA VERGÜENZA AJENA
Siempre me sentí atraído por las películas de espionaje y acción, pero no por la violencia que muestran sino por las intrigas y los guiones retorcidos que hacen del villano especialmente, el centro de la atención.
Siempre, y de acuerdo a las políticas marketineras de Hollywood, el villano termina perdiendo ante las estrategias y la eficiencia del héroe que, en la mayoría de los casos es blanco, elegante, bien vestido y afortunado con las mujeres bellísimas, que se arrojaban alegremente a sus brazos.
Soy de la generación en la que las películas se proyectaban desde una cinta de celuloide y que a veces se cortaba y te perdías alguna escena, que tenías que pagar una entrada en la función nocturna, matinée o familiar, según el horario y desde que se anunciaba un estreno en las revistas especializadas hasta que llegaba al cine de mi ciudad a veces pasaban meses.
Es cuando surge la época de oro del cine de espionaje y acción y comienzan a manifestarse personajes como agentes de inteligencia ingleses “al servicio de su majestad” entre los que se destacan James Bond, el agente 007, al que siempre se le encargaba la misión de salvar la humanidad de algún científico loco que tenía por objetivo el dominio del mundo, sometiendo a su poder a todos los habitantes del planeta.
También surgieron versiones yankys de agentes de la CIA que cumplían funciones en el país más “seguro del mundo”: los EEUU.
En pleno siglo XXI ya a través de moderna tecnología de la que disponemos las vemos en casa cómodamente sentados en el mejor sillón o desde la cama.
Las películas también han evolucionado desde el simple entretenimiento a mostrar problemas sociales, o a reflejar situaciones que las grandes productoras quieren que el mundo conozca, pero también se adoctrina de acuerdo a los intereses geopolíticos. Desde el cine las potencias enfrentadas en una “guerra fría” latente, se envían “mensajes”, para amedrentar, mostrar poderío o incluso amenazar y al igual que el villano “Satánico Dr. No”, “Goldfinger”, “El hombre de la pistola de oro “, “Moonraker”, aparecen personajes que quieren hacer saber al mundo que tienen el poder de poseerlo.
El cine de Hollywood mostró hace pocos años varias películas que muestran los problemas sociales que afectan a los países que se hacen llamar “potencias” y que dejan ver que no son ajenos a los conflictos que tienen origen en el capitalismo salvaje de las corporaciones que acosan sin tregua a las mayorías vulnerables, una muestra de ello fue la película “Joker”, que desnuda las miserias del régimen criminal del país que todavía algunos creen que ofrece “el sueño americano”.
En todo caso también hacen sus diferencias con los personajes para dejar en claro que, en su mayoría, los “buenos” son blancos y los delincuentes en gran proporción son negros o latinos.
A veces la realidad supera a la ficción que vemos en las películas, hoy la deshumanización globalizada a partir de los manejos del poder colonizador del capitalismo que impone políticas fascistas y violentas dirigidas por la ultra derecha conservadora, ha llevado a que el poder del dinero se imponga sobre los valores básicos de la especie humana.
Junto con las políticas aparecen personajes que se parecen a los villanos de las películas del bueno del agente 007, pero el “salvador” que destruye a los villanos, no aparece, tal vez esté de vacaciones como las musas de Joan Manuel Serrat.
Estos villanos del siglo XXI, que se presentan a sí mismos como mesiánicos, todopoderosos, imbatibles y pretenden que la gente, el pueblo, los vea como superhéroes, aunque la imagen que dan es la de bufones, fantoches que buscan amedrentar a todos solo porque un reducido grupo de imbéciles los aplauden y lo que es peor en medio de su total estupidez e ignorancia, los votan para que manejen los destinos de todo un país.
Entonces surgen payasos como Donald Trump, que cree que puede manejar las fronteras del mundo a su antojo como si él fuera el dueño, haciendo escuchar las burradas que salen de su boca como “hacer de Canadá un estado de los Estados Unidos”, o comprar Groenlandia, como si fuera una mercancía, o deshacer de propia voluntad tratados internacionales como la soberanía de Panamá sobre el canal que une los dos océanos, culpando a China (en estúpida provocación) por los altos costos, desconociendo las verdaderas razones de esos altos peajes.
Estos villanos modernos, ni siquiera tienen algún descubrimiento científico que les permita dominar al mundo, solo las mentiras y los pensamientos trasnochados que se les presentan mientras cuentan dinero y los imbéciles que les creen los votan para que sean presidentes.
De todos modos, no tengo simpatía por ninguno de los políticos norteamericanos y mucho menos por el país del norte, pero creo que Norteamérica es responsable de los grandes problemas que tiene el mundo.
Lo que pretenden mostrar desde las películas que ellos mismos hacen, que son los únicos que pueden salvar a la humanidad de una invasión alienígena, los “marines norteamericanos” son infalibles, ellos nos pueden salvar de un gran meteorito que amenaza con aplastar el planeta, tienen todas las herramientas, tienen la solución para todos los problemas del mundo, pero no nos muestran nunca que ellos “son” el problema que padece el planeta.
En las películas ganan todas las guerras, pero en realidad han perdido la mayoría, han hecho enfrentar países para vender las armas y hacer su negocio, pero en las películas negocian la paz. Es el país más seguro del mundo y les bajaron las torres gemelas delante de sus narices. Hoy apoyan el genocidio del pueblo palestino mientras impulsan un enfrentamiento nuclear que amenaza a la humanidad, pero son los superhéroes, son los que combaten el narcotráfico a través de la DEA y negocian con los narcos para que no se termine el negocio.
Una Mata Hari criolla
Ese adoctrinamiento del que hablo en párrafos anteriores también influye sobre aquellos que ven la falsa superioridad hollywoodense que muestran las películas y admiran la impronta del país del norte con ojos vidriosos por la emoción (y el vino).
Una gran admiradora y obsecuente servidora de la Embajada es nuestra ministra de seguridad (sic) Patricia Bullrich (la Mata Hari argentina), que para explicar de modo “muy interesante” cómo asesinaron al fiscal Nissman narró con lujo de detalles lo que había visto en Netflix sobre un homicidio que disfrazaron de suicidio. Ella para detener a los opositores partidarios que para ella son los “villanos” armaba todo un procedimiento como en las películas, con chalecos antibalas, cien hombres para detener a uno que estaba cómodamente en su casa. Respecto al narcotráfico su eficiencia la llevó a detener un hombre que había hecho una compra mayorista de talco como si fuera un peligroso narcotraficante. Es realmente emocionante ver como reprime a los villanos jubilados poniendo toda la fuerza policial y militar para la defensa interior, al igual que los villanos estudiantes universitarios, médicos y empleados públicos que como verdaderos bellacos quieren romper la paz de la Argentina, es muy capaz de movilizar un ejército, con decenas de hombres, carros de asalto y camionetas anti disturbios para desalojar a tres familias mapuches que hace treinta años que viven en su tierra, todo eso lo aprendió de las películas que tan gentilmente nos muestran desde los Estados Unidos.
Ni hablar de cómo maneja el espionaje, la prueba está a la vista con un gendarme que envió a Venezuela en una “misión secreta” y que cuando lo detuvieron tuvo el brillante argumento de que el agente había ido a visitar a su esposa, una genia, ¿no?
Eso sí, las fronteras están tranquilas, tanto que un senador argentino está detenido en Paraguay con doscientos mil dólares que no sabe explicar de dónde salieron y que los gendarmes de la ministra no tuvieron en cuenta en la aduana argentina, debe ser que están cansados de tanto defender el orden interior.
Para concluir, desde la ficción de los agentes secretos, los villanos que quieren poseer el mundo y el marketing publicitario y adoctrinador del país del norte, la realidad supera por varios cuerpos a la ficción.
Lo realmente triste es que esa es nuestra realidad.