LA MOTOSIERRA PERDIÓ EL FILO
La esencia de la «libertad» se desvanece en una comedia berreta, con predecible final, mientras la sociedad se debate entre la lealtad inquebrantable y la creciente desconfianza.
En el enrarecido escenario político que estamos viviendo, los líderes del movimiento revolucionario, en su afán de sellar fisuras y mantener la unidad interna, robustecen un sistema de control que limita cualquier voz discordante y las disputas entre pares se están volviendo cada vez más frívolas, limitándose a la retórica vacía que solo sirve para reforzar las consignas establecidas por el líder supremo.
El elegido, como figura central, mantiene su posición intocable –hasta ahora-, pero las tensiones internas no dejan de crecer. La disputa por el poder absoluto genera un clima de desconfianza y conspiración constante, que terminan formando facciones dentro del movimiento, donde cada personaje busca la forma de ganar influencia y desplazar a los demás. Las ideas originales que impulsaba la revolución parece que ya están quedando relegada a un segundo plano, mientras el ansia de poder domina el panorama.
Hay que recordar que, en el afán de conquistar al electorado, el movimiento por la “libertad” tuvo que adoptar en la campaña una estrategia que iba más allá de la mera exposición de errores de las anteriores gestiones, implantando en la conciencia colectiva, datos y hechos de dudosa, o directamente nula confirmación. La manipulación de la verdad se convirtió en una herramienta fundamental que definió la suerte del movimiento. Las falacias y las incitaciones a erradicar prácticas políticas verosímilmente reprochables, eran utilizadas con maestría para distorsionar la realidad y provocar respuestas emocionales en la sociedad.
La narrativa moral se tornó más importante que la realidad misma, y la población está siendo bombardeada con mensajes diseñados para generar espanto y malestar, apelando solo a la polarización, con el único propósito de generar reacciones emocionales, y no para reflexionar sobre la realidad.
En este juego de estrategias retorcidas, la realidad y la verdad quedaron enterrada bajo capas de manipulación. La sociedad, dividida entre lealtades ciegas y creciente desconfianza, se encontró atrapada en un laberinto de emociones manipuladas, y hoy, la realidad es, que la lucha por el poder está eclipsando cualquier intento de cambio real y significativo en la estructura de nuestro país.
En medio de esta turbulencia, algunos individuos dentro del movimiento ya empezaron a cuestionar la deriva autoritaria y la falta de compromiso con los principios originales. Empiezan a surgir voces disidentes, los que son rápidamente silenciadas y marginadas, o directamente expulsadas de sus cargos. La lucha interna por el control se intensifica todos los días, y la posibilidad de un cambio de paradigma, tan necesario para los ciudadanos, se desvanece cada vez más.
En este torbellino de maquinaciones políticas, la sociedad se enfrenta a una encrucijada que se parece a una ruleta rusa. ¿Aceptar ciegamente las falacias y las promesas vacías, o quizás buscar una forma de abrir esas ventanas selladas y confrontar la realidad cotidiana de todos los ciudadanos? En el tablero del poder, las fichas se mueven con una danza hipnótica, oscilando entre lo berreta y lo divino, pero la música que suena ya no es la de las ideas que prometieron un cambio, sino un monótono y repetitivo cambalache al compás de batallas internas, imponiendo recetas viejas y ya fracasadas.
La conquista del poder se ha vuelto un fin en sí mismo, olvidando aquellas nobles aspiraciones que inspiraron la revolución por la libertad, aquello de que “lo pague la casta”.
Las luchas intestinas parecen un déjà vu irónico, como si estuviéramos repitiendo el guion desgastado de una trama política que ya hemos vivido –y padecido sus consecuencias-. La búsqueda del cambio de paradigma a esta altura se está convirtiendo en una quimera lejana, eclipsada por la vorágine de la contienda por el poder absoluto.
Es curioso cómo, en este juego de espejismos y manipulaciones, las ideas originales quedaron sepultadas bajo la obsesión por el control del poder. Como si el objetivo final no fuera mejorar la calidad de vida de las personas, el bienestar general, la prometida “libertad”, sino simplemente ocupar el trono y celebrar la victoria por la victoria misma.
Y así, mientras nuestra sociedad observa este circo, se plantea la paradoja: ¿Es posible alcanzar un cambio significativo sin perderse en el laberinto de intrigas y posturas para las redes sociales, o acaso la esencia de la política es precisamente esa danza sin sentido que sacrifica principios en el altar del poder?
La respuesta, como siempre, flota en la ambigüedad de la contradicción humana.