NI CARROÑA, NI DESCARTE

Como lobos, no como mercado, la manada no abandona, “la gente sabia dice que debemos vivir como lobos…” rescatando esta reflexión del comportamiento animal, claramente podemos ver lo que se pierde en la organización de nuestras “sociedades humanas, racionales y de sentido común”: la ética del cuidado, la justicia natural, y la fidelidad que no claudica frente a la adversidad. Lejos de representar una figura salvaje o peligrosa, el lobo se convierte aquí en símbolo de comunidad, de solidaridad y de respeto mutuo. En contraste con esta imagen, la Argentina de hoy, gobernada por un proyecto “ultra-mega-individualista”, anarcocapitalista y profundamente deshumanizante, parece alejarse cada vez más de estos valores elementales.
Bajo el yugo de Javier Milei, se ha desatado una serie de reformas que, lejos de “liberar” al individuo, lo ha lanzado fuera sin red, ni abrigo. La eliminación de subsidios esenciales, el recorte brutal a la educación, la cultura y la salud pública, y el desmantelamiento de políticas de protección social han dejado expuestos a millones. Los jubilados, que en la manada lobo serían los más protegidos, aquí son tratados como “gasto”, como carga prescindible. En lugar de cuidar a quienes ya no pueden correr al ritmo del mercado, se los empuja al abandono, al hambre y al olvido.
En la metáfora del lobo, no hay espacio para la traición, ni para el individualismo feroz que deja atrás a los más débiles. Los lobos jóvenes cazan para los viejos, se organizan en comunidad, no por debilidad, sino por sabiduría ancestral. En cambio, el modelo de Milei impulsa una sociedad en la que cada quien debe valerse por sí mismo o morir en el intento. No hay lugar para los enfermos, los pobres ni los excluidos. No se premia el mérito, se castiga la vulnerabilidad.
En esta maldita lógica neoliberal, que se disfraza de libertad, pero opera como crueldad sistemática, se sostiene en la cultura del descarte, donde lo humano pierde valor si no genera ganancias. Olvidándose de los principios más básicos de la justicia social. Se criminaliza la protesta, se estigmatiza la ayuda, se glorifica el egoísmo como virtud.
Frente a esto, la figura del lobo no sólo nos interpela: nos señala un camino alternativo. Vivir como lobos no es vivir aislados, sino en comunidad. No es atacar por placer, sino actuar por necesidad, con ética. No es someterse al poder, sino mantener la autonomía guiados por principios. El lobo no abandona al que queda atrás, no privatiza el abrigo, no destruye lo que no entiende. En tiempos en que el gobierno pretende reducirnos a mercancía, quizás la sabiduría ancestral del lobo nos recuerde que la humanidad no se mide por la competencia, sino por el cuidado.
“El modelo neoliberal” no solo desmantela políticas públicas, sino que deslegitima las formas de vida que no se ajustan al ideal de productividad y autonomía total. El resultado es una sociedad que descarta a las personas mayores, enfermas, pobres o precarizadas, en una suerte de “economía necropolítica”, donde, como dice Butler, “algunas vidas se consideran más dignas de duelo, de protección y de visibilidad que otras” (Butler, 2009). En este escenario, los jubilados, los niños pobres, las personas trans, las madres solas o los migrantes se convierten en desechables.
Frente a esta violencia estructural, la metáfora del lobo se presenta como un contraimagen potente. Los lobos, a diferencia de la lógica neoliberal, no abandonan a sus miembros vulnerables. Los jóvenes cazan para los viejos, los protegen del frío y del hambre, sin esperar rédito alguno. No se guían por el deseo de destrucción ni por el mandato de competencia. Actúan por necesidad y por cuidado, entendiendo que la fuerza de la manada está en el lazo, no en la separación. Esta ética natural, en apariencia animal, se torna más humana que muchas de nuestras políticas estatales.
Desde la perspectiva feminista, esta lógica del cuidado ha sido históricamente relegada al ámbito de lo privado y feminizado, desvalorizado en términos políticos. Sin embargo, autoras como Carol Gilligan, Nancy Fraser y Silvia Federici han sostenido que el cuidado debe ocupar un lugar central en la organización social, no como caridad, sino como derecho y responsabilidad colectiva. Como plantea Butler (2020), “reimaginar la igualdad requiere asumir que todas las vidas necesitan ser sostenidas en condiciones materiales dignas”. La lección del lobo, entonces, no es una metáfora romántica, sino una propuesta radical: repensar la justicia desde la interdependencia. Y, como dice Butler, el feminismo no es solo una cuestión de identidades, sino una lucha por “una vida vivible” (Butler, 2015), una vida que no sea sacrificada en nombre del mercado. Recuperar esa vida vivible implica, también, desobedecer las órdenes de abandono, como hacen los lobos, y tejer redes de sostén frente al frío de la indiferencia.
Vivir como lobos no es romantizar lo salvaje, sino reivindicar una ética de la lealtad, el cuidado y la justicia frente a la deshumanización. En tiempos donde el gobierno argentino impone una lógica de crueldad sistemática, el pensamiento de Butler y los feminismos contemporáneos nos invitan a reimaginar la libertad no como aislamiento, sino como posibilidad compartida de sostener la vida. Como los lobos, no dejemos a los nuestros atrás.