EL SENTIDO DE LA VIDA EN RUINAS
Pensar en medio del abismo, ya que existir no basta, tenemos urgencia de vivir y vivir dignamente. Una de las preguntas más inquietantes que el ser humano puede manifestar y quizás una de las más ineludibles es si ¿la vida tiene sentido?, entendiendo al argentino actual que no voto este gobierno. Este interrogante no surge necesariamente en la calma o en la abundancia, sino del momento en que todo lo que parecía estable, súbitamente se desmorona, pasando a vivir situaciones límite, como diría Karl Jaspers. Es entonces cuando nos enfrentamos a nuestra propia vulnerabilidad, cuando lo dado se muestra como frágil, y lo cierto como ilusorio; en Argentina, este tipo de reflexión parece inevitable: la crisis social, económica, política y cultural que atraviesa el país nos empuja a preguntarnos, con una mezcla de angustia y lucidez, qué sentido tiene vivir en un contexto tan hostil.
La vida, entendida no solo como un proceso biológico sino como una construcción social y simbólica, se convierte en un desafío constante. No basta con existir; hay que aprender a vivir humanamente. Esto implica no solo sobrevivir, sino dotar a nuestra existencia de un propósito que nos trascienda. Sin embargo, cuando el tejido social se rompe, cuando los lazos de solidaridad se debilitan y el individualismo se impone como norma, como sucede actualmente bajo un modelo político y económico neoliberal extremo, el proceso de hacerse persona se ve seriamente obstaculizado.
La filosofía, en este contexto, se vuelve necesaria. Nos recuerda que el ser humano no está determinado por su naturaleza biológica, como sí lo están los animales. Citando a Giovanni Pico Della Mirandola, no somos ni celestes ni terrestres, sino que estamos llamados a ser lo que decidamos ser. Somos posibilidad. Pero esta posibilidad no es infinita ni neutra: está condicionada por las estructuras sociales, culturales y económicas. En la Argentina actual, marcada por el empobrecimiento creciente, el vaciamiento del Estado, el descreimiento en la política y la desesperanza generalizada, elegir quién queremos ser se vuelve un acto profundamente político y ético.
En este escenario, no sorprende que muchos busquen sentido en la religión, en el retorno a lo espiritual o en el refugio comunitario. Otros, en cambio, apuestan por utopías políticas, por proyectos colectivos que intenten subvertir el orden establecido y recuperar la dignidad perdida. Porque el problema no es solo económico: es existencial. ¿Cómo vivir humanamente cuando las condiciones materiales de existencia no permiten siquiera garantizar lo básico? ¿Cómo pensar en el “ser” cuando lo urgente es el “tener”, el “comer”, el “sobrevivir”?
La Argentina de hoy produce cuerpos cansados, mentes saturadas de información irrelevante y afectos anestesiados. En una sociedad hiperconectada digitalmente, pero desconectada humanamente, la conciencia crítica se diluye y la experiencia de la vida se reduce al consumo. Como bien advertís, saber no es suficiente. Saber sin sentir, sin actuar, sin transformar, es solo acumulación vacía. Y en esta lógica, muchos argentinos y argentinas se sienten atrapados: pensando en exceso, sintiendo poco, y desconectados de su cuerpo y de su entorno.
Es por eso que recuperar el sentido de la vida pasa por reaprender a vivir. Aprender a vivir en comunidad, a convivir con el dolor propio y el ajeno, a resistir a la deshumanización que impone el mercado. Reaprender a vivir también implica escuchar el cuerpo, conectar con la naturaleza y con los otros, reconocer las múltiples dimensiones que nos constituyen: la biológica, la psicológica y la social. Como señalan Gerth y Mills, somos organismos estructuralmente condicionados, pero también sujetos capaces de elegir, de proyectar y de resistir.
La salud física, mental, espiritual no puede entenderse solo como ausencia de enfermedad, sino como un estado de equilibrio dinámico entre nuestras dimensiones, y en relación con nuestro entorno. Por eso, en un país donde se multiplican los malestares psíquicos, los suicidios aumentan, las infancias están empobrecidas y los ancianos son descartados, hablar de salud es hablar de justicia social. Y hablar de justicia social es hablar de sentido.
Desde la antigüedad la vida adquiere sentido en la medida en que podamos construirla colectivamente. En tiempos oscuros, donde el discurso hegemónico busca culpabilizar al individuo por su dolor y su fracaso, recuperar una mirada filosófica es una forma de resistencia. Es declarar que el ser humano no es solo producto de su biología o de su mercado, sino también de su libertad, de su capacidad de amar, de pensar y de transformar.
Frente a la crisis, la pregunta por el sentido no es un lujo, es una urgencia. Porque solo cuando el ser humano se piensa a sí mismo como proyecto abierto, como posibilidad ética y política, puede imaginar un futuro distinto. Y eso, justamente eso, es lo que hoy está en juego en la Argentina.