LA VERDAD EN TIEMPOS DE LA POSVERDAD
En un tiempo como en el que nos toca vivir, donde las conversaciones en redes sociales, noticieros y charlas de café vibran con pasión, distinguir entre lo que parece real y lo que realmente lo es se siente más urgente que nunca.
Vivimos en un torbellino de titulares que prometen revelaciones impactantes, videos virales que nos atrapan y relatos que, aunque dudosos, nos hacen dudar de todo. Esta reflexión explora cómo lo verosímil (lo que suena convincente) y lo veraz (lo que es cierto) se enfrentan en los medios y las redes sociales, mientras el sensacionalismo y el clickbait compiten por nuestra atención.
Con la guía de pensadores como Byung-Chul Han, Umberto Eco y Jean Baudrillard, busco entender este fenómeno con un enfoque humano, cercano y crítico, conectado al pulso de la realidad actual, o por lo menos, esa es la intención.
QUÉ NOS SEDUCE MÁS, ¿LA VERDAD O UNA BUENA HISTORIA?
Las historias tienen un peso casi mítico, y lo verosímil suele ganarle la pulseada a la verdad, casi siempre. Un titular que grita “¡Escándalo político que nadie esperaba!” o un meme que simplifica un problema complejo puede hacernos dudar, no porque sea cierto, sino porque encaja con lo que queremos creer o con lo que nos indigna. Byung-Chul Han, en La sociedad de la transparencia (2012), advierte sobre este ímpetu de información que nos envuelve. Cuando redes como X o portales de noticias bombardean con datos a cada segundo, la velocidad con la que consumimos titulares nos deja poco tiempo para preguntarnos: ¿esto es real? ¿Quién lo dice? Han diría que esta avalancha no nos hace más sabios, sino más confundidos, atrapados en un loop de emociones rápidas.
Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados (1964, si, ¡en ese año!), explica por qué caemos en estas trampas. En un contexto donde las pasiones políticas y sociales están a flor de piel, un video editado o un rumor en Facebook puede sentirse más “verdadero” que un informe científico, porque apela a nuestros enojos, miedos o esperanzas. Pensemos en las cadenas de mensajes que circulan antes de una elección o en los debates en redes que arden por una frase sacada de contexto, o lo peor, que esa frase, algunas veces, nunca fue dicha. Lo verosímil nos atrapa porque nos cuenta una historia que ya conocemos, aunque no sea cierta.
CUANDO LA CURIOSIDAD NOS TRAICIONA
El clickbait y el sensacionalismo son como carteles luminosos que prometen más de lo que cumplen, táctica que no es nueva, pero hoy cobró una fuerza inusitada -y peligrosa-. Portales de noticias compiten por clics y las redes premian lo viral con titulares como “¡Mirá lo que dijo fulano!” o notas exageradas sobre una figura pública. Estas estrategias, como dije, no son nuevas, pero en la era digital se han vuelto implacables. Cada clic es un pequeño triunfo para quienes producen contenido, aunque el precio sea sacrificar la verdad.
Jean Baudrillard, en Simulacros y simulación (1981), ofrece una clave: vivimos rodeados de “simulacros”, historias que parecen reales pero que no tienen ancla en la realidad.
Teorías conspirativas sobre la economía o la política encuentran terreno fértil, circulando con fuerza porque suenan convincentes. Baudrillard diría que estas historias no necesitan ser ciertas para ser poderosas; basta con que nos mantengan enganchados, discutiendo, compartiendo.
LA VERDAD EN LA ERA DE LAS PANTALLAS
Cuando la desconfianza en las instituciones es casi un rasgo cultural, la idea de “verdad” se vuelve resbaladiza. El término “posverdad” describe un momento donde lo que sentimos pesa más que los hechos. Byung-Chul Han, en Psicopolítica (2014), explica que las redes sociales, con su lógica de enjambre, fragmentan la realidad en pedazos que cada uno arma a su gusto. Un mismo evento —una protesta, un discurso, una medida económica— genera interpretaciones opuestas en X, cada una con su legión de defensores y de haters. La verdad no muere, pero queda atrapada en un griterío donde todos tienen razón y nadie escucha.
Zygmunt Bauman, en Modernidad líquida (2000), reflexiona sobre un mundo donde todo cambia rápido, las certezas se deshacen. Los medios tradicionales, que alguna vez fueron faros de autoridad, hoy compiten con influencers, tuiteros y portales anónimos.
Esto puede ser liberador, porque da voz a muchos, casi siempre apelando al derecho de la libre expresión, algo que está bueno, que haya diversidad de opiniones, pero también abre la puerta a la manipulación. ¿Cómo sabemos qué es cierto cuando todos parecen tener una versión de los hechos? La respuesta no es fácil, pero empieza por detenernos, cuestionar y buscar fuentes confiables, algo que nuestra ansiedad por estar “informados” no siempre permite.
ENCONTRAR LA VERDAD, NO ES UNA TAREA FÁCIL
Este panorama puede parecer desolador, pero también es una invitación a actuar. La discusión y la crítica son parte de nuestra identidad, y en esta realidad convulsionada y veloz, nos exige ser más cuidadosos a la hora de asignar la categoría de verdad, y a la vez, tenemos la oportunidad de construir un vínculo más sano con la información. Byung-Chul Han nos pide frenar, pensar, resistirnos a la tentación de consumir datos sin digerirlos. Eco y Baudrillard, en cambio, nos invitan a ponernos el traje detectives de nuestras pantallas, y a preguntarnos, siempre, qué hay detrás de cada titular o video viral.
Humanizar esta lucha implica reconocer que todos, en algún momento, caemos en la trampa de lo verosímil. Y no se trata de juzgarnos, sino de aprender juntos. Lo más sano, aunque suene elemental, es fomentar la cultura de verificación, de escuchar al otro, de dudar sin caer en el cinismo, es un primer paso.
En una sociedad que sabe reinventarse cada tanto, y frente a una realidad tan frágil y desafiante, podemos elegir que la verdad no sea solo un ideal lejano, sino una práctica cotidiana, construida con paciencia y cuidado en cada clic, cada charla, cada historia que decidimos compartir.