DESTINO MANIFIESTO Y LA PREDESTINACIÓN DIVINA
Desde la independencia de los Estados Unidos en 1776, la idea de que el país estaba destinado a expandirse y dominar el continente se convirtió en una narrativa poderosa. Dos conceptos fundamentales han marcado la historia de la política exterior estadounidense y su relación con América Latina: el Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. A lo largo del tiempo, estas ideas han influido en la geopolítica del continente y, por supuesto, en la realidad argentina actual.
Expansión Justificada
En 1845, el periodista John L. O’Sullivan acuñó el término Destino Manifiesto para describir la creencia de que los estadounidenses estaban destinados a expandirse por todo el continente. Con una combinación de nacionalismo, fe en la superioridad cultural y un fuerte componente religioso, la doctrina sirvió para justificar la anexión de Texas, la guerra contra México (1846-1848) y el desplazamiento de los pueblos indígenas. Para los líderes de la época, el crecimiento territorial era más que una ambición política: era un mandato divino.
Sin embargo, la expansión no se detuvo en las fronteras de EE.UU. Con el tiempo, la lógica del Destino Manifiesto se trasladó a otras regiones del continente, moldeando la política exterior estadounidense y justificando intervenciones en América Latina. Esta visión de supremacía se entrelazó con otro principio que sigue teniendo consecuencias en la región: la Doctrina Monroe.
América para los americanos
En 1823, el presidente James Monroe declaró que América debía ser para los americanos. A simple vista, parecía un aviso a las potencias europeas para que no interfirieran en los nuevos estados independientes de América Latina. Sin embargo, con el tiempo, la doctrina se transformó en una herramienta para el intervencionismo de EE.UU. en todo el continente. A finales del siglo XIX, EE.UU. utilizó la Doctrina Monroe para expandir su influencia en Cuba, Puerto Rico y Filipinas tras derrotar a España en la guerra de 1898.
Más tarde, en 1904, el presidente Theodore Roosevelt añadió lo que se conoce como el Corolario Roosevelt, que le otorgaba a EE.UU -o sea, a ellos mismos- el derecho de intervenir en América Latina si consideraba que el orden estaba en riesgo.
Desde entonces, la doctrina ha servido para justificar bloqueos económicos, golpes de Estado y diversas intervenciones en países como Nicaragua, Chile y, por supuesto, nuestro país. Un claro ejemplo de esto fue el Plan Cóndor, una estrategia de coordinación entre dictaduras militares latinoamericanas en la década de 1970, impulsada por el apoyo de EE.UU. en el marco del Consenso de Washington. Bajo este plan, se derrocaron gobiernos democráticos que no se alineaban a la idea de EEUU para Latinoamérica, poniendo en marcha operativos de represión y desapariciones forzadas en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil, con el objetivo de eliminar a los movimientos de izquierda y cualquier oposición política, lógica que fue desmantelada por la democratización de los países de Latinoamérica en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado.
El retorno
Hasta hace poco, todo indicaba que el expansionismo estadounidense había dejado atrás la ocupación territorial en nuestro continente como estrategia principal, sustituyéndola por mecanismos económicos, presiones comerciales y acuerdos políticos. Sin embargo, hace pocos días, en su discurso de asunción, el presidente de EE.UU., Donald Trump, sorprendió al invocar abiertamente el concepto del Destino Manifiesto. No solo aludió a la predestinación divina de Estados Unidos como líder global, sino que, con total desparpajo, declaró que el Canal de Panamá volvería a manos estadounidenses, que el Golfo de México pasaría a llamarse «Golfo de América»—e incluso firmó un decreto para oficializarlo—, y, como si fuera poco, anunció la anexión de Canadá como un nuevo estado de la unión. Para coronar su discurso, aseguró que la bandera de las barras y estrellas ondearía, tarde o temprano, en Marte.
Argentina siglo XXI
Si bien las dinámicas globales han cambiado, la influencia de EE.UU. en América Latina sigue siendo una realidad. En nuestro país, la historia de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto tiene mucha influencia en debates actuales sobre soberanía económica, inversiones extranjeras, mercado de capitales, redistribución de la riqueza y por, sobre todo, relaciones internacionales de nuestro país con otras potencias.
Las presiones que ejerce el Fondo Monetario Internacional y la dependencia de capitales extranjeros, sumadas a las tensiones diplomáticas con potencias como China y Rusia, muestran que, aunque los métodos hayan cambiado, la lógica de la influencia externa sigue presente. Las recientes discusiones sobre acuerdos comerciales, control de recursos estratégicos como el litio, el petróleo y la energía, y la relación con organismos financieros internacionales pueden verse a través del lente de estas antiguas doctrinas.
En este contexto, Argentina, con una política exterior sumisa y atada a los vaivenes de Washington, se encuentra en una encrucijada histórica. Nuestra enorme riqueza en recursos naturales y posición estratégica en el hemisferio sur, convierten a nuestro país en un actor clave en este tablero geopolítico. Sin embargo, su destino –y el curso de su historia– dependerán de si persiste en esta dependencia o si adoptan políticas nacionalistas que redefinan nuestro lugar en el mundo, porque la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto no son solo capítulos del pasado; son conceptos que han seguido moldeando las relaciones internacionales durante siglos y que, de una forma u otra, siguen vigentes, y tiene un peso específico, en las decisiones políticas y económicas que se toman en nuestro país y en el resto de América Latina.