EL CAOS NO RESPETA MÉRITOS Y EL AZAR ES CIEGO
UN INCENDIO DIRIGIDO
El caos no respeta méritos. Arrasa sin mirar quién trasnochó, quién fue honesto, quién trabajó, quien estudió, quien, a pura virtud, creció. En este desorden social y político que nos traga, urdido con promesas huecas y maniobras calculadas, nadie queda en pie. Se hunden los que creyeron y los que dudaron, los que hablaron y los que callaron. No es un caos libre; es un incendio que alguien enciende.
EL TONTO
Ahí está el tonto, un pastor de pacotilla que sube al púlpito del caos con un sermón de libertad. No tiene doctrina ni verdad, solo un micrófono para gritar “la gente de bien, con coraje, va a echar a la casta”. Su evangelio es un engaño que cambia según el viento —hoy la casta es el pasado, mañana será otra cosa—, predicando una pelea fácil del bien contra el mal. El problema lo tiene para pasar de la metáfora a la literalidad. No le sale. La realidad es un poco más compleja, no entra en 200 caracteres o en un video de 15 segundos de TikTok. Como un pastor que vende milagros baratos, promete salvación rápida a los desesperanzados, un fogonazo que los hace sentir héroes sin pedirles nada a cambio. No salva almas; las usa para llenar su escenario, pero otros recogen las ofrendas. Para él, es tan solo el hoy, porque el mañana no importa; lo suyo es aprovechar el momento, no hacer algo que dure.
El tonto también sueña con ser ungido, pero no tiene la marca original que lo confirme. Se envuelve en banderas no son las suyas; llora contra muros, pero no lo aceptan. No reza; se desgarra. No traza caminos; solo grita en soledad; sabe que no pertenece, porque a los que mandan les sirve que siga suplicando en la puerta.
Su fe es un escenario donde solo él brilla, un juego de luces que lo ofusca y lo aterra. En ese delirio arrastra a los que ya no esperan nada, un pueblo tras un líder sin rumbo ni estrella.
LOS MALOS
A su espalda acechan los malos, con el poder brutal de quien define fronteras, administrando el tono del caos. Cuando el tonto enardece a las masas, atizan el fuego; cuando hay que ganar, lo apagan con un decreto que los habilita para otro negocio. Él aúlla contra el sistema, y ellos secan ríos, venden montes, arrancan tierras a los pueblos originarios para soja, minas o torres de lujo. El tonto, su títere del momento, se siente feliz, pavoneándose bajo las luces, mientras ellos plantan alambrados bajo el sol.
EL CREYENTE
El creyente es el carbón que no se extingue. Elige al tonto porque ya soñaba con salir del pozo sin ensuciarse. Una mujer que cuida chicos ajenos por unas monedas escucha “libertad” y se aferra a esa promesa. Las grietas del líder aparecen —palabras que se deshacen, tropiezos que lo delatan—, pero ella las tapa: “No es él, es el pasado”. Ella lo sostiene con uñas, aunque lo intuye. No es solo una persona engañada; antes ya había comprado espejismos que le habían prometido dignidad, ya señalaba sombras sin ver el fondo. Y todo se le termina cuando los malos le arrancan el subsidio que le otorgaba una frágil seguridad. Ella ahora, en un acto de falsa victimización lanza un grito: “Me traicionaron”. Se dobla, pero no admite que fue ella quien eligió escuchar esa voz, que ella misma sopló la brasa que la quemó.
LA TRAGEDIA CON ESPERANZA
La tragedia se clava en lo diario, y en cada bolsillo. El caos administrado deja a los jubilados en la precariedad absoluta, trenes que no llegan, alimentos para los que menos tienen, pudriéndose en un galpón.
Los obsecuentes se pierden en gestos vacíos, dibujando ilusiones, aferrándose a la esperanza, como si eso les asegurara un lugar distinto.
El orden inverso de los malos arrasa. El río que era común ahora es un canal privado; las tierras del norte, donde los pueblos originarios plantan bandera, se las tragan topadoras, justo en ese lugar que el tonto nunca supo señalar en el mapa. El aire lleva un silencio ruidoso —una puteada en voz baja, un puño contra la pared— que no revienta, que no alcanza.
SENTIDO DE SUPERVIVENCIA
No todos se rinden. Algunos, por instinto puro, buscan grietas. No es un sueño colectivo, en un montón de gente en desgracia; es, tan solo seguir adelante, un día más. Y el azar, salvaje como un trueno, también juega. Una lluvia arrasa una ciudad y los pobres se pudren en el barro. Un traspié del tonto —una frase que lo delata, un intento de alcanzar la libertad financiera que le vendió a miles, un furcio que lo deja en evidencia, una acción mal calibrada— enfría a unos pocos que dudaban y enciende a los que lo defienden.
El caos no respeta méritos, pero el azar, la naturaleza, no respeta al caos, y a veces lo parte en mil pedazos sin que nadie lo vea venir.
ESCOMBROS DE LIBERTAD
Queda un paisaje de escombros, una precariedad que aplasta. Los malos apilan conquistas; el tonto buscará otro micrófono; el creyente balbucea excusas en el suelo, sintiéndose ahora víctima de un fuego que él mismo encendió.
Los que nunca creyeron comen del mismo plato que los que sí. El mérito no vale nada. El ignorante y el leído, el que vio venir el golpe y el que no, todos terminan con las manos vacías.
El caos arrasa, y lo que sobra, solo jadea en las grietas, a medio morir.
¿Quién se lanzará ciego tras el aullido del próximo influencer que promete libertad, o de esa persona que nos aseguró dignidad y nos dio precariedad? ¿Te animarás a tocar de nuevo la hoja que te desgarra?