El mundo después de Ucrania
El mundo está pasando de un «unilateralismo casi absoluto» a un «multilateralismo oligárquico agresivo»
140 días después del inicio de la guerra en Ucrania, ya es posible identificar hechos, decisiones y consecuencias estratégicas, económicas y geopolíticas irreversibles, que pueden considerarse las puertas del «nuevo orden mundial» del que tanto hablan los analistas internacionales.
En este momento, desde un punto de vista estrictamente militar, nadie cree ya en la posibilidad de victoria en Ucrania, y mucho menos en la retirada de las fuerzas rusas de los territorios que ya han conquistado. Es aún más probable que los rusos sigan avanzando sobre el territorio ucraniano incluso después de la conquista de Donbass, al menos hasta que se inicien las negociaciones de paz con la participación directa de Estados Unidos en torno a la propuesta presentada por Rusia el 15 de diciembre de 2021, y que entonces fue rechazada por los estadounidenses.
Aun así, no es improbable que las tropas ucranianas se retiren a una posición defensiva y se dispongan a llevar a cabo una prolongada guerra de desgaste mediante ataques puntuales y reconquistas.
En este caso, el conflicto podría prolongarse durante meses o años, pero sólo será posible si los estadounidenses y los europeos mantienen su apoyo financiero y militar al gobierno de Ucrania, que estrictamente no tiene la capacidad de sostener un conflicto de este tipo por sí mismo. Y cada vez tendrá menos capacidad, ya que su economía nacional se está deteriorando rápidamente, y ya está al borde del caos.
Sin embargo, esta guerra se está librando, de hecho, entre Estados Unidos y Rusia, y ahí es donde reside el núcleo duro del problema de la paz. Es decir, se trata de dos guerras superpuestas, pero la llave de la paz está -en ambos casos- en manos de Estados Unidos, el único país que puede tomar la vía diplomática de una negociación de paz, pues Rusia ya hizo su propuesta y fue a la guerra precisamente porque fue rechazada o simplemente ignorada por los estadounidenses, la OTAN y los europeos.
Y aquí es donde se encuentra el impasse actual: los rusos ya no pueden aceptar la derrota; y para los estadounidenses, cualquier negociación es vista como un signo inaceptable de debilidad, especialmente después de su desastrosa «retirada de Afganistán». Por esta misma razón, la posición oficial del gobierno estadounidense pretende prolongar la guerra indefinidamente, durante meses o años, hasta agotar la capacidad económica rusa para sostener su posición actual en Ucrania, y más adelante, para iniciar nuevas guerras.
A pesar de ello, existe una brecha para la paz que se consolida con el avance de la crisis económica y social en los principales países que apoyan la resistencia militar del gobierno ucraniano. Con algunas repercusiones políticas inmediatas en algunos casos, como la fuerte caída de la popularidad del presidente Biden en Estados Unidos; las derrotas electorales de Macron en Francia y Draghi en Italia; la caída de Boris Johnson en Inglaterra y la notoria fragilidad del gobierno de coalición de Scholz en Alemania, algunos de los principales países que desencadenaron una verdadera guerra económica contra Rusia, proponiendo ahogar su economía a corto plazo, excluyéndola del sistema financiero mundial, y paralizarla a largo plazo, con la prohibición del petróleo y el gas rusos en los mercados occidentales.
Este ataque económico, ha fracasado en sus objetivos inmediatos, y lo que es peor, ha ido provocando una crisis económica de grandes proporciones en los países que protagonizaron las sanciones contra la economía rusa, en particular en los países europeos.
Y lo que es más importante, Estados Unidos y sus aliados no han conseguido aislar y excluir a Rusia del sistema económico y político internacional. Sólo el 21% de los Estados miembros de la ONU apoyaron las sanciones económicas impuestas a Rusia, y en estos cuatro meses de guerra, Rusia ha conseguido mantener y ampliar sus negocios con China, India y la mayoría de los países de Asia, Oriente Medio (incluido Israel), África y América Latina (incluido Brasil).
En los últimos cuatro meses de la guerra, los superávits comerciales rusos alcanzaron sucesivos récords, y sus exportaciones de petróleo y gas en mayo pasado fueron superiores a las del periodo anterior a la guerra (70.100 millones de dólares en el primer trimestre, y 138.500 millones en el primer semestre de 2022, el mayor superávit comercial ruso desde 1994). Lo mismo ocurrió, sorprendentemente, en el caso de las exportaciones rusas a los países europeos y al mercado estadounidense, que crecieron en este periodo, a pesar de la prohibición oficial impuesta por el G7 y sus aliados más cercanos.
La expectativa inicial del mercado financiero era que el PIB ruso caería un 30%, la inflación alcanzaría el 50% y que la moneda rusa, el rublo, se depreciaría en torno al 100%. Tras cuatro meses de guerra, se prevé que el PIB ruso caiga un 10%, la inflación se ha contenido hasta situarse justo por encima de su nivel de antes de la guerra, y el rublo es el que más se ha apreciado en el mundo durante este periodo.
Mientras tanto, al otro lado de este nuevo «telón financiero», la economía europea ha sufrido un fuerte declive y podría entrar en un prolongado periodo de estanflación: en estos cuatro meses de guerra y sanciones, el euro se ha depreciado un 12%, y la inflación media en el continente ronda el 8,5%, llegando a cerca del 20% en algunos países bálticos; y la propia balanza comercial de Alemania, la mayor economía exportadora de Europa, tuvo un saldo negativo el pasado mes de mayo, de 1.000 millones de dólares.
Todo indica, por tanto, que las «potencias occidentales» pueden haber calculado mal la capacidad de resistencia de un país que, además de ser el más grande, es también una potencia energética, mineral y alimentaria, y es también la mayor potencia atómica del mundo.
Un fracaso económico (de previsiones), desde el punto de vista «occidental», que ha ido repercutiendo también en el plano diplomático, donde el deterioro del liderazgo norteamericano se ha ido haciendo cada vez más visible, como se puede ver en el improvisado viaje de Biden a Asia, en el fracaso de la «Cumbre de la Democracia» y de la «Cumbre de las Américas», en la poca receptividad de las posiciones norteamericanas y ucranianas entre los países árabes y africanos, el fracaso estadounidense en su intento de excluir a los rusos de la reunión del G20 en Bali, y la más reciente e incómoda visita del presidente norteamericano a Arabia Saudí y a su principal contrincante en la Casa de Saud, el príncipe Mohammad bin Salman, al que los propios estadounidenses acusan de haber matado y descuartizado a un periodista que se le oponía.
Cuando se observan estos hechos y cifras, también se pueden visualizar algunas de las características del nuevo orden mundial que está naciendo a la sombra de esta nueva guerra europea, como ya ocurrió en el caso de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
1- En el «lado oriental», en caso de que Rusia no sea derrotada, y lo más probable es que no lo sea, su simple acto de insubordinación contra el orden impuesto en Europa por EEUU y la OTAN, después de 1991, por sí mismo ya inaugura un nuevo orden internacional, con la aparición de una potencia con capacidad y disposición para rivalizar con «Occidente» y sostener, con sus propias armas, sus intereses estratégicos con sus «líneas rojas» y su propio sistema de valores.
Una nueva potencia capitalista que rompe el monopolio del «orden internacional basado en reglas» definido hace al menos tres siglos por los cañones y las cañoneras euroamericanas, y sobre todo por sus pueblos anglófonos.
Así, Rusia rompe definitivamente cualquier tipo de acercamiento con la Unión Europea, y en particular con los países del G7, optando por una alianza geopolítica y una integración duradera con China e India. Y contribuye, de este modo, a que China tome la delantera y redefina radicalmente los objetivos del grupo BRICS+, que era un bloque económico y que ahora se está transformando en un verdadero bloque alternativo al G7, tras la probable inclusión de Argentina, Irán, Egipto, Turquía y la propia Arabia Saudí. Con cerca del 40% de la población mundial y un PIB casi igual al del G7, es ya hoy una referencia mundial en franco proceso de expansión y proyección global de su poder.
2- En el «lado occidental», el hecho más importante -si se confirma- será la derrota económica de las «potencias económicas occidentales» que no habrán podido ahogar o destruir conjuntamente la economía rusa.
El uso militar de las «sanciones económicas» se desmoralizará y las armas volverán a imponerse en Europa. En primer lugar, con el ascenso de la OTAN, que, a corto plazo, sustituirá al dividido y debilitado gobierno de la Unión Europea, convirtiendo a Europa en un «campo militar» -con 300.000 soldados bajo la bandera de la OTAN- bajo el mando real de Estados Unidos.
Sin embargo, a medio plazo, esta nueva configuración geopolítica debería ahondar en las divisiones internas de la Unión Europea, fomentando una nueva carrera armamentística entre sus Estados miembros, probablemente liderada por Alemania, que, tras 70 años de tutela militar estadounidense, está volviendo a su tradicional vía militarista.
Y así, Europa vuelve a su viejo «modelo westfaliano» de competencia bélica, liquida su utopía de unificación, y se deshace de su exitoso modelo económico, tirado por las exportaciones y sostenido por la energía barata suministrada por Rusia.
3- Por último, en el lado del «imperio americano», la gran novedad y cambio fue el paso de los estadounidenses y sus aliados más cercanos a una posición defensiva y reactiva. Y esta fue al mismo tiempo su principal derrota en esta guerra: la pérdida de la iniciativa estratégica, que pasó, en el terreno militar, a manos de Rusia en el caso de Ucrania y, en el terreno económico, a manos de China en el caso del Cinturón y la Ruta.
Las «potencias occidentales» parecen ocupadas en «tapar agujeros» y «rehacer las conexiones perdidas» en todo el mundo, mientras que el propio conflicto está haciendo explícita la pérdida de liderazgo occidental en el sistema internacional, con la rápida reducción de la hegemonía secular de los valores europeos y la supremacía militar global de los pueblos anglosajones.
Esta crisis ha puesto de manifiesto, más que nunca, la verdadera dimensión del G7, que suele hablar en nombre de una «comunidad internacional» que ya no existe o que siempre ha sido una ficción o «relato» de los siete países que en su día fueron los más ricos y poderosos del mundo.
Más aún, se pone en cuestión el propio poder del «capital financiero» desregulado y globalizado, explicitando la cara parcial y belicosa del «dinero internacional» y la estructura de poder estatal que se esconde detrás de dos sistemas internacionales de intercambio de información financiera y de pagos, la SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), que tiene su sede en Bruselas, pero que en realidad está controlada por los bancos centrales de sólo 10 Estados, los mismos que el G7 más Suecia, Suiza y Holanda.
Es decir, el mismo grupo de Estados y bancos nacionales que han controlado el sistema político y económico internacional durante los últimos 300 años y que ahora son cuestionados por esta «rebelión euroasiática». Al fin y al cabo, un «secreto de pacotilla» que se ha mantenido durante mucho tiempo y con mucha cautela: el «capital financiero globalizado» tiene dueño, obedece órdenes y pertenece a la categoría de las «tecnologías duales»: puede ser utilizado para acumular riqueza, pero también puede ser utilizado como arma de guerra.
En resumen: el nuevo orden mundial se parece cada vez más al modelo original creado por la Paz de Westfalia en 1648. La gran diferencia es que ahora este sistema ha incorporado definitivamente a China, Rusia, India y otros 180 países, y ya no habrá una potencia hegemónica o región del mundo que defina unilateralmente sus reglas.
En pocos años, el sistema interestatal se ha universalizado, la hegemonía de los valores europeos está terminando, el imperio americano se ha reducido y el mundo está pasando de un «unilateralismo casi absoluto» a un «multilateralismo oligárquico agresivo», en tránsito hacia un mundo que vivirá un tiempo sin una potencia hegemónica.
Texto original: https://www.opendemocracy.net/es/emundo-despues-ucrania/
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