ENTRE PROFECÍAS Y ESPERANZAS
En Argentina, el «hombre gris» resuena como un susurro que atraviesa generaciones. Su origen se remonta a las psicografías de Benjamín Solari Parravicini, un artista y visionario que, entre dibujos y frases crípticas, dejó un legado de profecías en el siglo XX. En sus textos, este personaje aparece como una figura enigmática: alguien humilde, de «casta joven y desconocida», que llega en un momento de crisis para guiar al país. «Será santo de maneras, creencias y sabiduría», escribió Parravicini, y su mención de una «tercera jornada» o de sangre en las calles si no se lo reconoce ha alimentado décadas de interpretaciones.
El término evoca imágenes difusas, aunque para algunos, es un líder concreto, un rostro que podría surgir del anonimato. Otros lo ven como un símbolo, una metáfora de la esperanza que late en la sociedad frente al caos. El gris, como color, sugiere neutralidad, sobriedad, un contraste con los excesos que a menudo marcan nuestra historia. En las calles, en charlas de café o en redes sociales, su nombre reaparece cuando las cosas se complican, como si fuera un faro que promete claridad en la tormenta.
Las psicografías de Parravicini no dan detalles precisos, ya que hablan de un hombre que «se allega para gobernar» o que emerge «luego de la tercera jornada», pero no especifican quién, cuándo ni cómo. Esa vaguedad ha permitido que cada época proyecte sus propios anhelos sobre la figura. En los años de Perón, algunos lo vincularon con su liderazgo popular. Décadas después, nombres de políticos o outsiders han sido señalados como posibles encarnaciones, desde figuras del pasado hasta Javier Milei, el actual presidente, cuyo ascenso tras tres rondas electorales reavivó el debate. Sin embargo, la discusión sigue abierta, porque en definitiva, nadie encaja del todo con el retrato.
El «hombre gris» no es solo una profecía; es un reflejo de nuestra sociedad. En un país como en el que vivimos, acostumbrados a ciclos turbulentos —crisis económicas, desencanto político, promesas rotas—, la idea de alguien que llegue a unir y renovar tiene un peso especial. No importa si es real o imaginario, su presencia en el imaginario colectivo habla de una búsqueda constante.
En los textos de Parravicini, el «hombre gris» se describe como un puente entre el pueblo y algo mayor, una presencia que trasciende lo cotidiano sin desprenderse de su raíz terrenal. En tiempos de incertidumbre, esta figura despierta una chispa de esperanza inmediata, aunque esquiva las certezas, dejando su esencia envuelta en un halo de misterio que invita a la imaginación más que a la definición.
Hoy, y como en todos los casos, el «hombre gris» sigue siendo tan solo un eco. Algunos lo buscan en las urnas, otros en las calles o en el caos de las redes sociales. Su ambigüedad lo mantiene vivo, como un lienzo en blanco donde se dibujan las expectativas de un pueblo que, entre el cansancio y la ilusión, no deja de imaginar. En cada crisis su sombra reaparece, recordando que en Argentina, los mitos no mueren, sino que se transforman.