LA LIBERTAD DE UN COBARDE
La promesa de su campaña, repetida en cada discurso, ha sido la libertad. Sin embargo, hoy sale a relucir su verdadera ambición por una dependencia que impone un orden inflexible y rechaza cualquier disenso. Tener un jefe fuerte, decidido y autoritario.
Esa libertad prometida, enarbolada como estandarte en cada uno de sus mensajes, en realidad terminó siendo un espejismo. Lejos de ofrecer claridad, su incapacidad lo está arrastrando a un desorden caótico donde el orden constitucional, las leyes y las reglas se diluyen y solo queda la obsesión por combatir enemigos vagos: el kirchnerismo, la casta, el comunismo o cualquier idea que desafíe su visión. Cree que este ideal lo sostiene en las encuestas, pero la realidad parece desmentirlo.
En su retórica, la libertad se reduce a proteger la propiedad privada, la seguridad y una justicia al servicio de quienes tienen algo material que defender. Todo esto bajo la idea de un estado mínimo, presentado como árbitro neutral. Sin embargo, hoy esta idea encuentra su supuesto clímax en un tratado de libre comercio con Estados Unidos, un modelo que pareciera estar inspirado en la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo. Para quien no lo sepa y según Ricardo, el comercio entre naciones prospera si cada una se especializa en lo que hace mejor, prometiendo eficiencia y crecimiento. Pero aquí no hay autonomía: esa libertad se convierte en sumisión a reglas dictadas por una potencia externa, ya que nuestro nivel de endeudamiento y dependencia de EEUU es fenomenal desde que a Macri le concedieron un préstamo que encadena la economía de nuestro país por generaciones.
Así, ese estado mínimo que imagina nuestro presidente, termina siendo un custodio feroz de los privilegiados, mientras la apertura comercial lo seduce con la ilusión de alcanzar la estabilidad y prosperidad que le delegue el dominante. En lugar de emancipación, sueña con una dependencia.
El tratado, vendido como progreso y prosperidad, traslada las decisiones a un país acreedor, ajeno a nuestras prioridades y necesidades. Productores, trabajadores y comunidades quedarían a merced de un sistema que no diseñaron ni pueden moldear. Cualquier intento de proteger lo propio o trazar un rumbo distinto se vería como una amenaza, y rápidamente eliminada en nombre de la integración.
En este caos que él llama libertad, el bien común desaparece y solo sobrevive quien se alinea con los intereses del gran socio dominante, un paso más que allana el camino hacia propuestas como la dolarización de la economía. La justicia y la seguridad que defiende se transforman en privilegios para quienes aceptan someterse, mientras los demás son relegados a la irrelevancia o disciplinados a través de la violencia legítima y legal del estado si osaran desafiar el orden impuesto, restringiendo libertades civiles elementales en un estado de derecho.
En definitiva, la libertad prometida en sus discursos, en realidad es un cerco, un horizonte limitado no por las posibilidades de una sociedad soberana, sino por las exigencias de una potencia que impone sus términos. Lejos de ser un acto de valentía, esta seducción por el orden externo encubre una servidumbre.
En esencia, y detrás de una fachada de autosuficiencia, no se trata de capitalizar la ventaja comparativa de Ricardo, sino de resguardar la propiedad privada a expensas de la capacidad de decidir y crear.
En el fondo, su apuesta es ceder al ídolo poderoso el control del orden y la defensa, rehuyendo los riesgos que conlleva una libertad verdaderamente soberana.