LA REVOLUCIÓN DEVORA A SUS HIJOS
Realmente qué se está diciendo cuando escuchamos la frase: “la revolución devora sus hijos”. Bueno, aquí no vamos a entrar en detalles históricos, pero esa frase es atribuida al francés Pierre Victurnien Vergniaud (un girondino guillotinado por los jacobinos en 1792), quien dijo: “Es de temer que la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos”.
Empecemos con un ejemplo simple. Imaginemos que un grupo de vecinos son convocados por la idea que busca mejorar la calidad de vida en el barrio, y el líder de ese grupo, elegido por los vecinos, adopta un enfoque incuestionable basado en sus propias creencias, proclamándose como el único poseedor de la verdad y la solución para todos los problemas del mundo, y en cada intervención pública esta figura carismática repite estar convencida de que su papel en la historia es de libertador, creando un aura de invulnerabilidad, sugiriendo que solo sus visiones son las que guiarán a la humanidad hacia el cambio definitivo.
En el ámbito político, cuando las personas se unen para emprender cambios profundos y significativos en una nación, se denomina revolución, si, así de sencillo. Sin embargo, el dilema de «la revolución devora a sus hijos» surge cuando el líder, cree ser iluminado de sus propias creencias, basadas en dogmas, comienza a desestimar las perspectivas divergentes de quienes lo acompañan o quienes se oponen a sus certezas, aunque sigue convencido que su visión es infalible.
En el contexto de una revolución, el líder que cree haber sido ungido por el creador supremo, en lugar de fomentar –y aprovechar- la colaboración y el diálogo, decide imponer sus propias ideas de manera autoritaria y violenta, lo que termina generando descontento hasta entre sus propios colaboradores.
Esta falta de apertura a la diversidad de pensamiento, propio de un sistema democrático, siempre termina transformando la revolución en un territorio de disputas, donde las luchas internas y los desacuerdos se van intensificando a medida que quienes lograron poner en el lugar de decisión máxima al líder, son excluidos o menospreciados.
La expresión «la revolución devora a sus hijos» encapsula la idea de que la actitud mesiánica del líder, al desatender la importancia de la colaboración y la inclusión de diversas perspectivas, termina siendo una conducta autodestructiva para el movimiento, diluyendo la idea central: el cambio.
La metáfora sugiere que la revolución, inicialmente un esfuerzo colectivo, puede perder su esencia y unidad cuando el líder asume un papel de redentor único y pasa a ser un fanático.