La vejez en colores
En esta aldea global en la cual coexiste la humanidad, adaptada a sistemas socio-políticos, económicos, culturales, religiosos, morales y éticos, dentro de un ecosistema moderno para algunos y ancestral para otros, donde viven vejeces diversas, las invisibles identidades de género, que también sufren del paso del tiempo como todos los cuerpos, siendo la vejez algo inexorable ya que el envejecimiento nos llega a todos.
Nos encontramos en una sociedad incapaz de escuchar al otro con una profunda ceguera de muchos ante lo diferente, de la mano de la “moral”, que lleva al etiquetamiento, la discriminación y, en muchos casos la violencia sobre los diferentes, los que hablan suave, “afeminados” en sus formas de proceder, estigmatizándolos y creando prejuicios sobre lo distinto.
En estas sociedades conservadoras, los susurros corren de oído en oído, en conversaciones y murmullos, donde solo importa el qué dirán sobre esos “bichos raros” que conviven entre los “normales”, olvidando que estamos frente a personas que tienen las mismas necesidades, deseos y sentimientos.
La humanidad en sus distintas épocas estableció un modo de percepción y al mismo tiempo es responsable del papel y de la imagen que crea de ellos, pero también es a partir de ella que se los juzga, acentuándose en las vidas de las vejeces distintas que sufren silenciosamente en gran número su soledad. Es la misma sociedad la que crea esta invisibilidad no heterosexual, y esto produce consecuencias muy graves en las vivencias diarias de aquellas personas que no se ajustan a las normas.
En la cultura occidental, la vejez ha sido una imperfección, un mal, momentos donde las personas se preparan para la muerte, y mientras más tarda en llegar, se acentúa la sensación de gasto extra, la convivencia con lo inútil, incómodo o molesto.
Para el ser humano, la vejez es el período de la decadencia: se ve así mismo apagado, enfermo, vulnerable, siendo estas manifestaciones signos evidentes de la proximidad a la muerte. En épocas pasadas incluso hubo quienes afirmaron que el envejecimiento era una enfermedad en sí misma.
Por lo tanto, es necesario romper con ciertos mitos sobre la vejez como proceso universal, “El envejecimiento es un proceso biológico, inherente al ser humano, pero a la vez es un proceso diferencial en cada una de las personas. El desarrollo propio de cada individuo hace que el proceso de envejecimiento se adelante en unas personas y se retrase en otras. Si se concibe a la persona como una unidad biopsicosocial, es obvio que cada uno de estos elementos influyen en el proceso de desarrollo vital de los individuos y, por tanto, el envejecimiento será producto de su interacción. […] Cada persona mayor vive no sólo físicamente, sino que su vida se desarrolla en un plano psíquico y social, lo que le permite vivir, a pesar de ciertas limitaciones, una vida plena, con sentido, puesto que no se agota en su corporeidad, la afectividad, la razón y las interacciones sociales son aspectos muy importantes de la vida humana.” (Joana Colom Bauza: 1999).
Advirtiendo la necesidad de derechos sobre lo diverso y, a pesar de la creación de espacios de contención impulsados en algunos Estados y la sociedad civil a nivel global, los integrantes del colectivo siguen sufriendo la discriminación, la falta de acceso a los cuidados y la medicación, reconociendo que en los últimos años las luchas continuas de colectivos anti-patriarcales, feministas y LGTBIQ+, arrojaron luz a las diversas problemáticas que permanecían ocultas sobre una sociedad heterosexista. Entendemos la necesidad de visibilizar a la vejez como un estado de fragilidad en sí misma, pero si a eso se le suma formar parte de un colectivo que ha sido estigmatizado y discriminado durante tanto tiempo, la vulneración se potencia.
Siendo urgente e imprescindible abrir debates, incitar a la reflexión y a la búsqueda de caminos que posibiliten vivir una vejez integral donde se logren derribar los mitos que en la actualidad existen. Entendiendo como necesario que nos formemos sobre las identidades de género y más aún esas vejeces diversas, permitiéndonos pensar que, las personas con las que tratamos o interactuamos pueden ser lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, heterosexuales y entrar en la categoría de adultos mayores con todo lo que esa condición implica, no se trata de condenar su orientación sexual porque no es una enfermedad y mucho menos; contagioso, sino que es una forma de sentir, amar y enfrentar la vida.
Comenzar por hacer algo contra estos prejuicios que tenemos naturalizados e internalizados, demostraría un gran avance para generar una sociedad mejor, con derechos igualitarios en la que todos podamos construir una identidad de género que nos permita ser libres.
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