LAS CERTEZAS DE LOS NEGACIONISTAS
En la era de los gurúes autoproclamados, los números que sostienen nuestras tragedias son su terreno de disputa. En Argentina, los negacionistas citan el informe Nunca Más, con sus poco más de 8.500 desaparecidos documentados durante la dictadura, para exigir un listado completo, con apellido, nombres y número de documento, y así desmontar que fueron 30.000, alegando que, sin un registro exacto, el horror se desvanece, y así se pueden ignorar miles de casos quedaron sepultados por el miedo o la desaparición misma. Lo que no advierten, que la literalidad que los gobierna, les hace perder de vista que ese número no es un balance exacto, sino un símbolo de una pérdida que no cabe en cifras precisas. Lo mismo sucedería si exigiéramos con los 6 millones de judíos del Holocausto, que es tan solo una estimación fundada en archivos y relatos, pero incompleta ante las vidas que el genocidio dejó sin nombre.
Ambos son faros de memoria, no estadísticas para discutir en una mesa y mucho menos para auditar, como si se tratara de un balance contable.
Estos iluminados, con lecturas parciales y supuestas epifanías, huyen del rigor que exige el pasado. En la ciencia, el saber no surge de una intuición solitaria, de revisar hemerotecas y examinar datos históricos, tan solo. El método científico empieza con observar algo, plantear una hipótesis —una idea tentativa— y someterla a pruebas, ya sean experimentos o análisis exhaustivos. Luego llega la revisión por pares, donde expertos independientes desmenuzan el trabajo, buscan grietas en la lógica, cuestionan los datos y confirman su validez. Solo si pasa ese filtro, la hipótesis se acerca a ser un hallazgo.
En historia, el enfoque es parecido, aunque cambia cálculos matemáticos por archivos. Los historiadores cruzan cartas, actas y testimonios, debaten interpretaciones y construyen consenso.
Los gurúes de hoy, evaden ese proceso. Sus ideas no soportan enfrentar la crítica de pares; se lanzan a través de dispositivos de amplificación sincronizados —redes, videos, foros— donde la repetición masiva las hace sonar verdaderas posibles, sembrando la semilla de la duda. Si el coro digital repite lo mismo, la ilusión de certeza se impone, aunque no haya sustancia que lo demuestre detrás.
Los gurúes relativizan la historia oficial y la llaman «adoctrinamiento». Afirman que los 30.000 o el relato de la dictadura son una versión incompleta, impuesta para moldear conciencias. Pero esa acusación es una teoría sin sustento sólido. Las pruebas que se ofrecen —fragmentos de documentos, testimonios aislados— son sesgadas y convenientes, elegidas para reforzar su postura mientras ocultan la otra cara de la historia, la que ellos descalifican como manipulación. No muestran los informes de organismos de derechos humanos, los relatos de sobrevivientes ni los archivos que sustentan el impacto de la represión.
Cuestionar la historia exige más que cherry-picking; necesita un método riguroso, evidencia amplia, algo que ellos no aportan. Sin eso, su relativismo es tan endeble como las verdades que atacan. Nadie confiaría en un cirujano autodidacta que dice haber aprendido todo de libros. La historia también pide un aval, no de un profeta suelto, sino de una comunidad que refine la verdad con cuidado y duda.
El dicho «la historia la escriben los ganadores» tiene raíz. Por siglos, el poder —reyes, ejércitos, estados— dictó los relatos, silenciando a los perdedores y enterrando sus huellas. Los historiadores serios han peleado por deshacer ese nudo, rescatando voces desde los márgenes con paciencia y fuentes. Los gurúes no hacen eso. En vez de desafiar a los ganadores, replican su juego, tejiendo narrativas que los pongan en el centro hoy. Su afán por desarmar números como los 30.000 no busca luz, sino implantar una nueva versión “oficial” de la historia.
Vivimos un tiempo en el que la sociedad está polarizada. La ansiedad nos carcome, la incertidumbre nos ahoga, el desconcierto nos abruma y la desolación nos apaga la esperanza.
En este suelo árido, los gurúes prosperan. Donde la ciudadanía, ya no como comunidad sino individualmente busca un sentido para seguir adelante, ellos siembran dogmas que resuena como un eco ensordecedor, pero que alivia, porque confirman verdades a medias.
Donde hay heridas, ellos cosechan fama y dinero, amplificados por un coro que no indaga, que solo repite y cree. No son nuestros guías en la tormenta, sino meros mercaderes que venden espejismos a un mundo hambriento.
Mientras sigamos persiguiendo certezas fáciles, ellos ganarán, porque en esta era de sombras, la verdad exige un esfuerzo incansable y es lo primero que sacrificamos en la tormenta.