LE PEGARON A LA VIEJA EQUIVOCADA
El monopolio de la fuerza lo tiene el Estado, una cachiporra que se empuña a través de sus fuerzas de seguridad cuando la paz social tambalea, el orden constitucional cruje o un atisbo de sedición asoma en el horizonte. Pero son pocas, muy pocas, las razones que legitiman ese puño de hierro.
En Argentina, hoy, los jubilados se reúnen cada miércoles en la plaza frente al Congreso, un ritual de reclamo pacífico que es más un lamento que una amenaza. Son ciudadanos despojados, sombras de una promesa rota, hoy, y de acuerdo a los hechos, convertidos en “casta” privilegiada, a quienes les han podado sus ingresos con la tijera fría de un gobierno temporal —sí, cuatro años, con suerte ocho, puede durar un gobierno, un suspiro en la historia de un país— que decide equilibrar las cuentas fiscales pasándoles la factura del déficit a los más frágiles, a los más vulnerables, mientras los que nadan en abundancia apenas sienten un roce.
LA LÓGICA DEL RELATO QUE JUSTIFICA EL DESPOJO
La lógica del gobierno se cae a pedazos sin necesidad de empujarla, ya que el mismo resultado se lograba tocando los privilegios de los que más tienen —subsidios, concesiones, esas prebendas que engordan a los grupos económicos poderosos—, ¿por qué elegir a los que menos pueden resistir? Los jubilados, trabajadores pasivos sin fuerza aparente para responder, son el blanco más fácil que encontraron, y allá fueron, hacia ellos.
El argumento oficial obliga que no se debe tocar a los generadores de empleo, a los músculos de la economía, pero olvida una verdad elemental: sin consumidores, esos grupos poderosos es un rey sin reino. Los jubilados, con sus magros ingresos, son también el latido del mercado que tanto dicen defender.
Tras esa decisión se cuela una idea clasista berreta, un susurro rancio y cobarde, que dice que hay que proteger a los intocables y pisar a los vulnerables. Algunos dirán que esto huele a marxismo de manual, pero no es más que el reflejo de una opresión que termina empujando a los despojados a organizarse, que su objetivo no es tomar el poder con barricadas ni fusiles, sino hacer sonar su voz en el eco de una democracia que aún respira, recordándole a los representantes del pueblo, por eso van a la sede de los diputados y senadores, para hacerles saber que la realidad no se cambia con silencios.
En ese marco, el gobierno actual lee cada protesta como una chispa que podría incendiarlo todo. Paranoia pura, nacida de la fragilidad de sus propios argumentos, de saber que su base argumental tiembla.
LA MADRE QUE LOS PARIÓ A TODOS
Lo inesperado es que, en una de esas refriegas a puro gas pimienta y bastonazos, la torpeza estatal cruzó una línea invisible: un palo cayó sobre una jubilada, madre de alguien que pertenece a la cultura del “no toquen a mi vieja”, invocando al espíritu maradoniano que baja desde el cielo, para desatar un grito colectivo: con los jubilados no se jode.
El gobierno, desde su impotencia y su violencia, termina fabricando un enemigo que no esperaba: las barras de fútbol. Esos grupos violentos, que se parten la cara entre sí cada vez que se de la ocación, encontraron en el “no toquen a mi vieja” un pacto tácito que los engloba y los representa a todos. Sus diferencias siguen intactas, sus guerras no se apagan, pero en este ideal se ordenan, porque tocar a una madre es tocarlos a todos y a cada uno de ellos.
ESCUPIR AL CIELO
Al final no fue La Campora, los K, los movimientos estudiantiles, ni los trabajadores activos, ni los sindicatos enquistados en sus cúpulas que ya no representan más que a sus propios privilegios, todos ellos mirando desde la platea una realidad que los contiene, pero prefieren la crítica cómoda y el aire acondicionado, el no involucrarse, aferrándose a esos privilegios minúsculos y miserables, que no son más que la esperanza de que el temporal no los alcance, que la debilidad toque a sus puertas, así justificando frases como “hay que darle tiempo” o “al menos bajaron la inflación”, o lo peor, la invisibilidad y el desconocimiento.
Ese miedo y pequeñez, disfrazada de paciencia, tácitamente justifica la idea de que toda protesta debe ser sofocada para mantener la paz social, no pudiéndose ver ellos mismos en el futuro como parte de esos jubilados que hoy ignoran.
PERO NO TOQUEN A MI VIEJA
Talvez esta vez, esos mismos que algún día serán jubilados, y sobre todo el gobierno con sus fuerzas de seguridad, no tendrán dónde correr: tocaron a la vieja equivocada, y en esta tierra, donde Maradona grita desde el cielo que con los jubilados no se jode y Pappo aprieta los puños con su “no toquen a mi vieja”, cruzaron la línea, y ahora que se la banquen.