MATAR SIN BALAS, UN GENOCIDIO SILENCIOSO EN ARGENTINA
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El genocidio silencioso en la Argentina hoy y el desmantelamiento del tejido social bajo el gobierno actual de extrema derecha, nuestro país día a día ve una aceleración de la destrucción de su tejido social. Lo que está en marcha no es simplemente una serie de reformas neoliberales-libertarias-coloniales-esclavistas, sino una guerra abierta la sociedad sin distinción. Jubilados, niños, estudiantes, trabajadores precarizados, enfermos terminales, y toda persona que dependa del Estado para su subsistencia, están siendo deliberadamente abandonados.
Se ha instaurado un genocidio silencioso, en el que la muerte no siempre llega de forma inmediata, pero se perpetra lentamente a través de la exclusión, la miseria y la falta de acceso a los derechos básicos. El proyecto “libertario y genocida”, que se viene gestando desde la dictadura militar, ha alcanzado su cúspide con el actual gobierno.
Inspirados en una ideología “a-narco-capitalista” que promueve la desaparición del Estado como garante de derechos, el gobierno actual lista de “cambios, leyes, vetos” representan una agresión directa a la clase trabajadora y a los sectores populares. La privatización de la salud pública, la reducción drástica del presupuesto en educación, y la eliminación de subsidios básicos han dejado a millones de argentinos a la deriva.
Este modelo no es accidental, sino que responde a una lógica de acumulación de poder y riqueza para unos pocos. Desde una perspectiva sociológica, podemos recurrir al concepto de hegemonía de Gramsci para entender cómo las élites económicas y políticas han logrado imponer su proyecto, disfrazándolo de «libertad individual» y «eficiencia económica». Pero esta hegemonía se sostiene a través de la coerción y la violencia estructural. Se ha vuelto evidente en la forma en que los jubilados, aquellos que han trabajado toda su vida, son condenados a la pobreza extrema. La mísera jubilación mínima, que apenas cubre una fracción de los costos básicos, es un acto de crueldad premeditada. No es que el Estado sea incapaz de responder a estas necesidades; es que elige no hacerlo.
La muerte programada de los más débiles como los enfermos terminales y aquellos que dependen de tratamientos médicos costosos han sido directamente atacados por la reducción del financiamiento al sistema de salud pública. Esto no es más que una sentencia de muerte para miles de personas que no pueden costear tratamientos privados.
Milei y su gobierno han pergeñado un plan donde han instaurado un sistema de salud de dos velocidades: una para los ricos, que pueden acceder a servicios de primera calidad en el sector privado, y otra para los pobres, que son abandonados a la muerte lenta en hospitales desfinanciados y en ruinas.
Este genocidio silencioso también se manifiesta en la niñez, ya que los recortes en los programas de asistencia social y el aumento del trabajo infantil nos retrotraen a los peores momentos de la historia argentina; la desnutrición infantil, que se creía erradicada o en vías de ser controlada, ha vuelto a crecer exponencialmente. Los niños, que deberían ser el futuro del país, están siendo condenados a un presente de hambre, exclusión y esclavitud de los ricos y poderosos.
La educación pública se encuentra bajo un ataque inminente, siendo esta uno de los pilares fundamentales para cualquier sociedad que aspire a un mínimo de equidad, ha sido desmantelada. Los recortes presupuestarios, sumados a la demonización de los docentes y estudiantes que luchan por sus derechos, son claros ejemplos de un intento deliberado por destruir el acceso al conocimiento de los sectores populares. Este ataque a la educación no es casual: los “liberbestias” y su necesita de una ciudadanía desinformada y pasiva para sostenerse y evitar la crítica, el pensamiento autónomo, son enemigos del proyecto neoliberal, que prefiere individuos atomizados y alienados, incapaces de organizarse colectivamente.
El trabajo, ha dejado de ser un derecho bajo el gobierno actual. El desempleo y la precarización laboral han alcanzado niveles alarmantes. Los trabajadores, especialmente los jóvenes, se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo infrahumanas, con salarios de miseria y sin ningún tipo de protección social. Aquí entra en juego el concepto de biopolítica de Michel Foucault: el Estado regula y controla la vida de las personas a través de la gestión de sus cuerpos, pero en este caso, decide quién vive y quién muere, quién tiene acceso a un trabajo digno y quién es relegado a la marginalidad.