Militancia: ¿y la épica dónde la dejaste?
Qué paso con el peronismo progresista y La Campora que cantaba «si la tocan a Cristina, que quilombo se va armar» y diez minutos después nos toca ver por la tele, en vivo y en directo que le amartillan dos veces en la cabeza a Cristina (que por suerte no salió ni un solo disparo) ¡y no pasa nada! Se acuerdan?
Aquella fue la señal que confirmó que la militancia real ya no existía.
Esto pasó hace ya más de un año, dándonos cuenta que solo existía la militancia de biblioteca, la de los bares, de las charlas de café, porque después del intento de asesinato de la vicepresidente elegida en elecciones libres, no se “armó quilombo” como prometía el cántico, no se prendió fuego nada, no se detuvo nada, nadie movilizó, la Justicia interpretó e hizo lo que hace siempre, lo que se le da la gana solo porque la sociedad no le pone límites, dejando libres a los que pusieron bolsas mortuorias frente a la Casa Rosada, al que construyó la guillotina financiado por conocidos «empresarios«, porque entendió que todos eran gestos de «libertad de expresión«.
Entonces el adversario advirtió que la épica había desaparecido en la militancia peronista, y la batalla cultural se había perdido… fuimos. Si, literalmente nos quedamos escuchando al Gato Silvestre en C5N o a Navarro en El Destape, como el tanguero que sigue diciendo que Gardel cada día canta mejor.
En ese momento, las fuerzas del cielo utilizaron un disfraz de vendedores de copitos de azúcar y dieron el golpe maestro, diciéndole a toda la sociedad que nadie es intocable, que se puede escupir a los símbolos y que venían por el poder, dejándonos el mensaje que la tiranía de las mayorías no podía continuar. El «que se vayan todos«, se expresó de una forma que pocos entendieron. En síntesis, logró teñir el descontento social con una ideología nueva, con una forma de hacer política de forma distinta, con ideas disruptivas, insolentes, contestatarias, reaccionarias, apropiándose de la idea de «libertad», algo que en los años setenta detentaba la izquierda revolucionaria.
El brazo político de las fuerzas del cielo ya tenía representación parlamentaria y muchos minimizaban esa representación. El mecanismo ya estaba en marcha, y la política clásica y conservadora se dedicó a ningunear esta realidad.
A la militancia que abraza ideales tradicionales, la nueva propuesta le pasó por encima presentando como alternativa a un estandapero y panelista de programas de chisme político, un opinólogo económico extravagante con aire de modernidad, con buen manejo de las publicaciones en redes sociales y no advirtieron que la sociedad cambia, tomaba otro rumbo,que tenía otros ideales y necesidades y ahora esa nueva percepción de la realidad puso como presidente a ese personaje, elegido por la inmensa mayoría de los ciudadanos. ¡Tomá!
Lo advertimos hace más de un año, pero era hacer críticas desatinadas, se nos decía. Que eran críticas fuera de la caja, análisis sociológico inspirados en la lógica de la derecha, pero ya quedó claro que hacer charlas de militancia por zoom, esas en donde siempre aparece la competencia de quién tiene las mejores palabras para describir valores de otra época, ya no es el camino correcto. La batalla cultural ya no es por ahí.
Hay que hacerse cargo porque la voluntad popular eligió una nueva alternativa, y lo hizo masivamente, después de haber cambiado al Kircherismo en el 2015 por Macri, y en el 2019 cambiándolo por Fernández, que tampoco supo interpretar los momentos ni solucionar problemas. La realidad confirma que las sociedades no abrazan ideologías, buscan soluciones.
Es momento de empezar a enfrentar la realidad, pero de la manera correcta. Son cuatro años donde habrá que trabajar duro, pero sigamos el principio que orientó a Milei: haciendo lo mismo, vamos a tener los mismos resultados (que también fue un copy&paste como tantos otros que tiene en su retórica).
Es muy probable que si el León pronto no les trae de comer a sus cachorros hambrientos, nos toque vivir tiempos raros, desconocidos para la inmensa mayoría que militan las ideas de las fuerzas del cielo y el progresismo de bibliotecas.
Ah! y ahora no es con el bombo o poniendo como fondo de pantalla la foto del abrazo de Néstor y Cristina, tampoco tomando birra en un pub cantando la marchita. La batalla cultural nunca termina. La batalla cultural también es sostener los derechos obtenidos, que implica una obligación de nuestra parte. La batalla cultural es todos los días, y es con la palabra, con ideas, con sensibilidad social, con datos, con ciencia, con una escucha activa, con críticas y propuestas, ya lo sabés.
Por último, si hay que recurrir al clickbate, también vale.