Negarse a envejecer
por Jorge A. Cordero
A lo largo de la vida y la historia de la humanidad, un tema recurrente ha preocupado a los pensadores: el misterio que encierra la fuente de la eterna juventud. En la cultura griega, lo más preciado era la belleza y la perfección y podemos observar en las obras artísticas que dejaron, este concepto rindiéndole tributo a la lozanía y la juventud, y para reforzar esta concepción, también relegaron todo aquello que no fuera hermoso o que significara decadencia como la enfermedad, las deformidades y la vejez.
Desafortunadamente hoy en los países occidentales especialmente, se sigue atesorando la fuerza, el poder, la belleza y la vitalidad como virtudes asociadas a la juventud, otorgándole todo el valor a una figura bonita, delgada y lejos de presentar arrugas, canas y enfermedades que observamos todos los días en los spots publicitarios.
Nuestra cultura pretende inculcarnos engañosamente que la vejez trae un bagaje de pérdidas, enfermedades, soledad y sufrimiento, lo que hace que el envejeciente, sea cual fuere su género, sientan que no tienen lugar en esta sociedad, pero todos estos prejuicios no son más que una construcción que los mayores debemos cambiar, revolucionando conceptos, ideas y actitudes. Enfrentar esta realidad con intenciones de terminar con los clichés que impone una sociedad de consumo muy superficial, prejuiciosa, egoísta e indiferente, no resulta una tarea sencilla. El desarrollo de cada individuo es multicausal y se presenta de diferentes maneras, puesto que es generado por diversos factores: personales, sociales, económicos, etc. que supone afrontar las distintas situaciones desde lo afectivo, físico y social, entre otros componentes, que también lo hacen multidimensional, por lo que cada uno tiene una forma diferente de reaccionar ante los mismos estímulos.
También se presentan diferencias en el envejecimiento femenino y masculino, hemos escuchado por ahí que «la mujer envejece y el hombre madura», que, aunque es un concepto erróneo, porque hiere susceptibilidades de ambos lados, produce distintas reacciones en algunos envejecientes. El comienzo de la vejez para la mujer, según la sociedad, está ligado a la menopausia, la jubilación laboral o el nacimiento del primer nieto.
En los hombres también estos factores: la andropausia, la jubilación o los nietos, tienen el mismo valor que las mujeres, pero socialmente no se lo ve de esta manera. Estos cambios producen alteraciones en la conducta de algunas personas de acuerdo a cómo construye su autoestima en su andar cotidiano, es decir, cómo se valora, se conoce y se percibe a sí mismo, para superar adversidades y enfrentar las realidades de la vida.
Es así que encontramos envejecientes que, influenciados por todos estos prejuicios sociales, se niegan a envejecer, buscando mostrar una apariencia que no evidencia la realidad. En las mujeres mayores se puede dar una actitud que la lleve a tratar de llamar la atención mediante la forma de vestirse, de hablar o de mostrarse ante la gente más joven buscando parecerse a ellos, superando la brecha generacional, lo que crea muchas veces situaciones vergonzosas para sus hijos y nietos.
En los hombres la conducta puede llevarlos a competir con sus hijos o familiares en la relación con otras personas o en el coqueteo con mujeres mucho más jóvenes haciendo ostentación de poder económico, a través de ciertos lujos: autos deportivos, motos de gran cilindrada u otros objetos, siempre que su situación económica lo permita, lo que también, en muchos casos son una regresión a la adolescencia que le ocasiona problemas de relación con sus hijos, familiares y amigos. Estas actitudes demuestran que la madurez no llega con la edad, sino con la conciencia de la edad que se tiene y la capitalización de la experiencia adquirida en ese tiempo como un privilegio que nos da el envejecimiento.
Está en la actitud personal de asumir la edad que se tiene como un nuevo horizonte para enfrentar la vida, lo que muchos dicen: «cada edad tiene su encanto», esto es verdad, el adulto mayor puede ponerle luces a lo que las estructuras sociales apagan respecto al envejecimiento, demostrando que aceptarse tal como es brinda seguridad, confianza y amor, reconocer las propias cualidades, y que éstas no compiten con las de los demás porque corresponden a una nueva etapa de nuestra vida. Sin embargo, se puede afirmar que se envejece de acuerdo a como se ha vivido.
El autoconcepto siempre está presente y un adulto mayor no debe pensar de sí mismo como «yo fui», sino, como soy, asumiendo los cambios fisiológicos y físicos y a partir de esas variaciones, reconstruirse en función de lo que ahora se tiene, reelaborando entre el pasado y el presente, nuevos significados en su historia de vida, siendo capaz de reeditar y configurar lo que hoy es, recorriendo una nueva etapa de su existencia.
Jorge A. Cordero – UNVM