NUESTRA CASA, NUESTRA LUCHA
Cuidar es resistir, con nuestra dignidad en llamas, el llamado a la rebeldía es vital, preservando lo nuestro, lo femenino, lo sagrado por eso ni sumisas ni muertas.
En la Argentina actual, el feminismo se alza no solo como una fuerza de denuncia, sino como una ética vital frente al desamparo estructural. El gobierno de Javier Milei, representante de una avanzada neoliberal y anarcocapitalista, ha profundizado el retiro del Estado de los territorios más vulnerables, dejando expuestas a las corporalidades históricamente feminizadas, empobrecidas y racializadas.
Son ellas, mujeres, disidencias, infancias, personas mayores quienes más sufren la devastación del ajuste: la quita de subsidios, el desmantelamiento de políticas públicas, la precarización de la vida cotidiana. Pero esta violencia material también es simbólica: niega el valor de los cuidados, de lo comunitario, de la vida en común.
En este contexto, las luchas feministas reafirman con potencia una ética del cuidado como forma de resistencia. Un cuidado no entendido como caridad ni sacrificio individual, sino como responsabilidad colectiva, como entramado vital. Autoras como Carol Gilligan, Nancy Fraser y Silvia Federici han insistido en desprivatizar el cuidado, en colocarlo en el centro de la organización social. Federici, en particular, lo ha vinculado a la lucha contra el capitalismo y el patriarcado, mostrando cómo la desvalorización de los trabajos reproductivos ha sido funcional a la acumulación de riqueza y al control de los cuerpos.
Hoy más que nunca, estas ideas adquieren una urgencia existencial. ¿Cómo vivir humanamente cuando el Estado abandona y el mercado devora? ¿Cómo ser cuando lo urgente es simplemente tener, comer, sobrevivir? El feminismo, entonces, no es solo una teoría ni una consigna: es una práctica cotidiana que germina sensibilidad, que articula intención con emoción, con acción, con relación. Es una forma de sanar, de recomponer vínculos rotos por la lógica del “sálvese quien pueda”.
Este presente de agresión no solo ataca los cuerpos, sino también a la Madre Tierra. El modelo de progreso que hoy se impone es depredador, basado en la destrucción de los ecosistemas y la mercantilización de todo lo vivo. De ahí que repensar el mundo, implique también recuperar lo sagrado, no en clave religiosa dogmática, sino en el sentido profundo de la conexión con lo vivo, con lo sensible, con la tierra como casa común. Rediseñar la vida implica desintoxicarnos ideológicamente, despertar, reeducarnos, y hacer de cada acto cotidiano un gesto poético-político: caminar, cantar, bailar, amar, cuidar.
La mujer, y todas las identidades feminizadas tienen un rol central en este proceso. No por esencialismo, sino por historia, por experiencia, por memoria encarnada. Como sanadora, como sabia, como rebelde, como salvaje. La que se levanta con dignidad, incluso cuando el sistema la quiere de rodillas. La que no acepta la dominación ni la sumisión. La que transforma el dolor en potencia, y la rabia en revolución.
“La dignidad que arde no se rinde. Cuando todo nos empuja al silencio y al miedo, resistir es encenderse. Porque cuidar, luchar y decir basta también es hacer historia.”
Rosa Luxemburgo
Pero frente a esto, emerge una pregunta dolorosa y necesaria: ¿qué pasó en la vida de tantas mujeres para votar a un presidente que desprecia la vida, la solidaridad, los derechos? ¿Qué heridas, qué violencias, qué despojos hicieron que se identificaran con un discurso que niega su propia existencia? Esta pregunta no busca culpabilizar, sino comprender. Porque la violencia del sistema también es subjetiva, también penetra las conciencias. El neoliberalismo no solo empobrece los cuerpos: empobrece el deseo, la imaginación, la esperanza.
“Cuando la injusticia se vuelve norma y el poder desprecia la vida, la dignidad no se esconde: arde. No arde para destruir, sino para alumbrar el camino de quienes se niegan a vivir de rodillas. En cada acto de cuidado, en cada gesto de rebeldía, la historia enciende nuevas brasas.” Rosa Luxemburgo
La tarea que tenemos por delante es tan profunda como urgente. No se trata solo de resistir al gobierno de turno, sino de sembrar otra forma de habitar el mundo. De hacer del feminismo una ética de lo cotidiano, una pedagogía del cuidado, una política de la ternura. Se trata de recuperar la dignidad, la humanidad, el amor por la vida, por lo común, por lo sagrado. Porque solo una vida que se desea intensamente puede hacer que hasta la muerte dude en llevarnos. Y porque como decía Rosa Luxemburgo, el mundo debe ser rehecho, no con odio, sino con alegría revolucionaria. Y en esa alegría, la mujer salvaje, sabia, libre, tiene mucho por decir y por hacer.
“La dignidad no se suplica, se conquista. Cuando la opresión se vuelve regla, la llama de la dignidad arde en cada cuerpo que resiste. Es ese fuego el que anuncia que la historia aún no ha sido escrita del todo, y que los pueblos —y las mujeres— que se alzan no son cenizas, sino brasas vivas de otro porvenir.” Rosa Luxemburgo
En tiempos donde la vida se vuelve mercancía y la política abandona a quienes más necesitan del cuidado, el feminismo emerge no solo como denuncia, sino como propuesta vital. Nos recuerda que cuidar es resistir, que sanar es luchar, y que amar en el sentido más radical y colectivo del término, puede ser profundamente revolucionario. Recuperar el valor de lo común, del cuerpo como territorio y del vínculo como fuerza política, es una tarea urgente frente a la devastación.
Hoy, cuando la dignidad arde en llamas por la indiferencia del poder, las mujeres en plural, diversas, desobedientes, salvajes se convierten en guardianas de otro mundo posible. Un mundo donde la vida no sea una carga, sino un derecho. Donde la ternura no sea debilidad, sino lenguaje de rebelión. Y donde la historia vuelva a escribirse desde abajo, desde los fogones comunitarios, los saberes ancestrales, y las heridas que, al cicatrizar juntas, se transforman en fuerza.
Porque como bien dice Federici: “No hay posibilidad de transformación sin reapropiación de nuestra vida.” Y eso empieza por volver a sentir, a pensar, y a vivir desde lo que nos han querido quitar: el deseo, la memoria, el cuerpo y la esperanza.
Usted lector, me dirá que nos dominan mujeres desde el gobierno, Karina Milei, Patricia Bullrich, Lilia Lemoina, Sandra Petovello, entre otras que hoy dominan políticamente la Argentina, protegiendo a una badulaque, un bufón utilitario que juega como presidente de la nación. La pregunta seria ¿Qué mujer nos representa desde la oposición para igualar la acción o ejercer la resistencia desde el mismo género?, seguramente usted va a pensar que hablo de Cristina Fernández, pero, yo le pregunto a usted lector ¿Cuál es el efecto de su resistencia cuando vemos el Justicialismo (el único opositor posible) totalmente dividido a causa de su narcisismo y su testarudez, cuando lo único que busca es su propio individualismo y su ligar en la historia Argentina, cuando los peronistas depositamos toda la confianza en Ella y responde con un autoritarismo caprichosos.
Compañeros y compañeras radicales, peronistas, de izquierda, socialista o los que quieran ser, tenemos que salir de esta situación, cambiemos el concepto de resistencia y actuemos por que esto ya se nos escapo de las manos. Y no seria nada malo que Cristina de un paso al costado.