Qué va a ser médico, si vive a la vuelta de mi casa
A diario utilizamos palabras cuyo significado conocemos, pero resultaría muy difícil definir alguna de ellas como, por ejemplo: felicidad, libertad, alegría, tristeza, etc.
Hay una palabra que tal vez en pocas ocasiones se nos presenta, se trata de la palabra crueldad. Se define como la respuesta emocional de obtención de placer en el sufrimiento y dolor de otros o la acción que innecesariamente causa tal sufrimiento o dolor.
Es natural que pueden existir comportamientos que muestren crueldad en algunos actos de nuestra vida, pero trataré de explicar algo muy distinto y es esa crueldad que vive inscrita en nuestra forma de ser y de pensar, y no cómo lo hacemos sino cómo tratamos de justificarnos para salir limpios y sin culpas de nuestra postura.
Podríamos hablar de una “mala conciencia” y de una “buena conciencia”. La primera es la que nos impondría una moral que se vincularía con la culpa y la crueldad, pero si hablamos de la “buena conciencia” estamos abriéndole el camino a una moral mucho más edulcorada que puede generar un buen romance con la justificación y la legitimación de nuestras crueldades inevitablemente secretas.
Entonces deberemos educar a nuestra conciencia moral para ser (por autosatisfacción) simpáticamente sinvergüenzas, crear un lenguaje y generar un espacio de acción del que podamos alegremente huir de la culpa. No hay crueldad sin moral y eso nos libera de disculparnos.
La legitimación moral siempre habla desde un lugar impoluto, aséptico, aparentemente neutral y alejado, pero siempre se autodefine como elevado con respecto al otro, por lo que parte que existen estratos y categorías, y es allí donde radica el núcleo de la legitimación de la moral de la crueldad.
Creamos categorías, nos vamos a dirigir y a hablar con otros seres humanos, pero ya no van a ser personas, no van a tener nombre y apellido, ni género, ni van a ser otros, van a ser categorías: negro, blanco, judío, homosexual, padre, madre, hijo, obrero, limpiavidrios, etc, entonces cuando digamos lo que tengamos que decir de acuerdo a lo que nos dicta nuestra moral interna, esa que construimos como creemos que “debe ser”, vamos a estar legitimando una lógica de la crueldad.
Esta nos hace la vida mucho más fácil y sentimos que estamos en condiciones de diferenciarnos del resto sin “etiquetar a nadie” porque cada uno se encuadra a su categoría; “yo no soy antisemita, si tengo un amigo judío”, “no soy homofóbico con tal que no se me acerque demasiado”, la hija o el hijo adulto que todavía vive con sus padres, que trabaja y gana muy buen sueldo, reclama a sus padres que no le provean la marca de yogur que él consume, y utiliza la crueldad para efectuar su reclamo con palabras duras e hirientes justificado por su moral que le obliga a sus padres a honrar su categoría, la de “hijo”, y por lo que se dice por ahí, los padres tienen una obligación natural frente a los hijos.
Últimamente, es como que se ha naturalizado eso que los hijos sean crueles con sus padres o madres y piensen que por su acertada moral eso no significa maltrato e ingratitud. Hay una generación que hoy ha intensificado su individualismo, su egoísmo e indiferencia, justificado por una moral de la crueldad que creen que legitima sus comportamientos hacia los demás, pero no les permite ver cómo son ellos, cómo los ven los otros a ellos, viven en un mundo donde no existe la vergüenza, el respeto o la compasión hacia sus semejantes.
“Será necesario formar una manera de mirar, no tanto una manera de matar, porque el cruel no es el que mata —ese sería el violento— sino el que te obliga a seguir viviendo. Para comprender lo que intento decir no hay más querecordar a Sophie —la protagonista de la novela de W. Styron—,una joven madre católica polaca que, en el andén de Auschwitz, es obligada por un ss a elegir entre uno de sus dos hijos…, el otro será enviado directamente a la cámara de gas. Matar a Sophie, mandarla con sus hijos al gas, sería un acto de piedad —no de compasión— que el ss no está dispuesto a ejercer. Obligarla a vivir en el recuerdo de su «elección» es un acto de extrema crueldad. Y lo peor de todo es queel ss justifica su acción: en este caso deja que Sophie elija salvar a unode sus dos hijos ¡porque es católica!” (1)
“Cómo se va a acercar a mi familia si era mucama en el hotel donde mi padre era gerente!”
Saulo de Tarso, más conocido entre los cristianos como San Pablo, allá por el año 65 después del nacimiento de Cristo, envía una de sus cartas a la iglesia de los romanos, donde seguramente había algún conflicto interno, dice: “Por eso eres inexcusable, hombre, tú que juzgas, quienquiera que seas, porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo. “(Ro. 2:1)
No le está diciendo otra cosa que: “estás juzgando y acusando tus propios defectos y errores en el otro como si fuera un espejo”. “Vos sos una más en el historial de mujeres de mi padre…lo dice el hijo, quien ya va por su tercera o cuarta mujer.”
No vemos nuestras miserias si no nos reflejamos en los otros, no nos vemos porque no queremos, pero sí nos sentimos seguros de que nuestra moral es la que corresponde de acuerdo a la categoría que le dimos al otro y eso nos habilita para utilizar nuestra moral de la crueldad: “sinvergüenza”, ni culpas.
(1) Mèlich, Joan Carlés. Lógica de la crueldad. Pág. 40
(2) La biblia. Nuevo Testamento. Versión Reina Valera. 1960
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