RUIDO COMO COBERTURA
El presidente, en una reciente entrevista, dejó entrever una serie de declaraciones que, al ser analizadas en detalle, revelan inconsistencias profundas entre sus dichos iniciales y sus posteriores aclaraciones. “Lo que me propusieron era que iban a crear un instrumento para darle financiamiento a esos proyectos; ¡a mí me pareció bárbaro! […] A mí todo lo que sea para ayudar a los argentinos, me entusiasma”, afirmó en un primer momento.
Estas palabras, cargadas de un optimismo que él mismo califica de genuino, chocan frontalmente con su posterior retractación en la red X, donde asegura haberse desentendido del proyecto al conocer sus detalles, borrando el mensaje original y aprovechando para lanzar una nueva diatriba contra la “casta” y el kirchnerismo. A confesión de parte, relevo de pruebas: el presidente conocía la existencia y finalidad del proyecto, lo que desmiente su intento de presentarse como un observador ajeno que, al “interiorizarse”, optó por dar marcha atrás.
Esta contradicción no es menor. Si, como él mismo sostiene, posee experiencia en análisis de riesgos —una tarea que desempeñó durante años en una empresa de alto perfil— y ha entrenado a otros en tecnologías relacionadas, resulta difícil aceptar que ignorara las posibles consecuencias de avalar un instrumento como $LIBRA, basado en criptotecnologías y ejecutado en el blockchain de Solana. Las opciones son dos: o bien su conocimiento sobre los mercados de transacciones en este ecosistema es nulo, lo que pondría en duda su expertise proclamada, o bien sabía de los riesgos y decidió avanzar de todos modos. En este segundo escenario, emerge la hipótesis de que su apoyo inicial responde a un cálculo político: resaltar su figura antisistema, sumando a la motosierra el aval de un mercado de criptodivisas como alternativa de crédito para quienes no califican en el sistema formal. Sin embargo, esta narrativa se tambalea cuando se examinan los fundamentos del proyecto.
No importa lo que yo diga, lo que importa es lo que dice la SEC.
El presidente cita un comunicado de la SEC de Estados Unidos, emitido antes de la nota del New York Times —un medio que él descalifica como “wokista” y “antiTrump”—, para argumentar que este tipo de tokens no constituye una promesa de pago y, por ende, no puede implicar estafa. Sin embargo, esta interpretación es problemática. Si $LIBRA pretendía ser un mecanismo de financiamiento para proyectos privados, como él mismo admite, pero no garantiza un retorno ni obliga al deudor a cumplir, el riesgo para los inversores se dispara. En un sistema donde un Smart Contract puede ejecutarse automáticamente, pero las reservas del token pueden vaciarse —por ejemplo, si el deudor extrae los fondos de su wallet y los destina al proyecto sin intención de reponerlos—, el supuesto beneficio para los argentinos se diluye en una apuesta especulativa de altísima incertidumbre que termina beneficiando a un vivo de manual.
Aquí aparece una paradoja: el presidente, que presume que toda persona conoce los riesgos de una inversión financiera, promueve un sistema donde la ausencia de regulación estatal y el uso de información privilegiada por parte de unos pocos pueden derivar en estafas masivas, algo que en cualquier capitalismo serio sería delito, algo que también sabe el presidente.
Voluntarismo financiero
El voluntarismo financiero que subyace en esta postura es claro: “Ningún banco le pone una pistola en la cabeza para que un cliente haga un plazo fijo. Es su riesgo”, quisiera decir ante una pregunta del periodista. La analogía se extiende a la compra de acciones o incluso al consumo de drogas: cada uno asume las consecuencias de sus decisiones. Sin embargo, esta defensa del laissez-faire choca con la realidad de un ecosistema cripto donde la asimetría informativa y la falta de controles favorecen a los “vivos” que, como en tantas ocasiones, terminan perjudicando a los crédulos.
Experto o entusiasta, esa es la cuestión
En este punto, la entrevista deja preguntas sin respuesta: ¿cómo se enteró el presidente de $LIBRA? ¿Quién le proporcionó los detalles del contrato —cuya precisión sugiere un copy&paste directo— y lo convenció de su conveniencia? ¿Por qué, con su experiencia en análisis de riesgos, decidió “difundirlo” para luego retractarse?
El periodista que le hace la entrevista, en un intento de suavizar la responsabilidad del mandatario, sugiere que pudo tratarse de una acción “cándida”. Pero esta excusa contradice lo que el propio presidente afirma: “De estas cosas, yo sí que sé”. Si sabe, entonces no hay candidez; si no sabe, su autoridad en la materia se desmorona y pone en peligro a los inversores.
El timing cuenta
La sincronía temporal de los eventos añade más sombras. La secuencia —conocimiento del proyecto, difusión, retractación y descargo— sugiere una estrategia reactiva que Umberto Eco, en Construir al enemigo, podría interpretar como “ruido como cobertura”. Eco plantea que un escándalo mayor puede usarse para desplazar una noticia comprometedora a las páginas internas (pag 203). Aquí, el escándalo de $LIBRA y la posterior narrativa antisistema, con una catarata de decisiones de la administración sobre otros temas -como la conversión del Banco Nación a una Sociedad Anónima, por ejemplo- podrían estar eclipsando preguntas más incómodas sobre la gestión o la coherencia del presidente. Su estilo, podría describirse como una “poética del exceso” —barroco, desmesurado y berreta—, refuerza la hipótesis que estamos frente a un personaje improvisado y a la vez peligroso, ya que, a través de un holismo empírico, que relativiza la ciencia y se aferra a lo dogmático, confundiendo moral con ética y proyectando una redención divina para los desposeídos que, en la práctica, podría ser solo un espejismo.
El caos como sustancia
En conclusión, las declaraciones del presidente sobre $LIBRA tejen una narrativa que se deshilacha al confrontarla con los hechos. Por un lado, se presenta como un conocedor experimentado —“de estas cosas, yo sí que sé”—, alguien capaz de analizar riesgos y entrenar a otros en tecnologías financieras; por otro, su apoyo inicial a un proyecto de altísimo riesgo y poca información para el potencial inversor, seguido de una retractación apresurada, sugiere improvisación o un cálculo político mal disimulado.
Si sabía de la finalidad de $LIBRA como herramienta de financiamiento, como admitió con entusiasmo, ¿cómo justificar su posterior sorpresa ante los detalles que lo llevaron a borrar el mensaje? La referencia a la SEC, interpretada a conveniencia para negar la posibilidad de estafa, choca con la realidad de un sistema donde la falta de regulación y la ejecución automática de contratos no garantizan nada al inversor, algo que un experto en riesgos debió prever. Su defensa del voluntarismo financiero —“es su riesgo”— contrasta con la promoción de un esquema que, lejos de empoderar a los argentinos, los expone a la voracidad de unos pocos. Así, lo que emerge es un relato oficial que oscila entre la sabiduría proclamada y la candidez atribuida para aliviar su responsabilidad, que bien podría ser un “tratado de teología factual” que exalta la fe de los seguidores pero que, al escrutarse, desnuda una incoherencia peligrosa: un líder cuya pasión por la imagen antisistema parece pesar más que la razón que millones esperan de él.
Para cerrar, emerge una contradicción final que desnuda la incoherencia del presidente: se proclama antisistema, defensor de las finanzas descentralizadas, y promueve con entusiasmo proyectos especulativos como $LIBRA, carentes de regulación y expuestos a abusos, mientras, en la misma entrevista, critica al grupo Clarín por su monopolio, asegurando que lo rechaza y que bloqueará esa operación por dañar a los consumidores —un argumento válido y compartible—. Sin embargo, la postura se desmorona cuando, en foros internacionales, exalta como “héroes” a empresarios detrás de oligopolios como Google o Meta, celebrándolos por impulsar el progreso humano. Así, en un mismo aliento, condena el poder concentrado que perjudica al público y ensalza a quienes lo encarnan, dejando en evidencia una visión que oscila entre el rechazo retórico y la admiración práctica, sin un hilo conductor claro, que podríamos decirlo de otra manera, como en mi barrio: un chanta peligroso.